jueves, 12 de abril de 2012

Disociación


Me gustaba que ella, Rosario, estuviese cerca de mí; me daba tranquilidad. Rosario era una mina que tenía buena leche; a mí no me gustaba su nombre y a ella tampoco, entonces en vez de Rosario la llamaba Amanda, me sonaba a que solo una persona única podría llevar ese nombre, y rosario era sí.
Hacía dos semanas que habíamos vuelto de unas vacaciones, ¡qué espantoso fue volver y ver el cemento grisáceo humeando calor, después de haber pasado veinte días caminando sobre los morros del Brasil! No éramos novios, pero nos permitíamos compartir la soledad, pero a pesar de que los años seguían pasando y teníamos la libertad de ser amigos, acostarnos y volver a ser amigos, había algo en ella que no me permitía despegarme. Me gustaba, siempre me había gustado, pero de una manera que no termino de comprender, se podría decir que la relación con ella podía escindirla, a veces mirarla como si no fuese ella. Para la gente que nos conocía, les sorprendía la relación, tanto, que teníamos que desmitificar continuamente a nuestras familias o los amigos, quien representaba el otro para cada uno de nosotros.
Vivíamos juntos en el mismo departamento, cada uno tenía una habitación. Salvo por el pésimo concepto que mi mamá tenía sobre nosotros, más que ninguna otra persona, podíamos sentir que teníamos una convivencia realmente muy agradable. Mi mamá se oponía a que viviera con Amanda, ella no entendía, le molestaba todo lo que no coincida con su “protocolo del buen vivir”, me decía de Amanda que era oscura, rara, que iba a traerme problemas a la larga, que yo no iba a formar pareja por su culpa, que Amanda me confundía y me provocaba sexualmente, claro que ella no sabía que nos acostábamos; así, decenas de reproches. Cuando mi mamá venía a visitarme, llamaba antes para asegurarse que Amanda no esté, para poder desinteresarse sobre la vida de su hijo y dedicarse a criticar a mi compañera de cuarto. Era insoportable, y lo peor era que sentía culpa por Amanda. Admito que me sentía incómodo al saber que tenía que convivir conciliando las desautorizaciones sobre ella. A rosario la había conocido hacía unos diez meses, estábamos en la misma fila de la parada de un colectivo, fue allí que empecé a observar su aire de distraída abstracción que tanto me atraía, durante el recorrido la perdí de vista porque era tal la cantidad de gente que había ingresado que naturalmente nos distanciamos; bajamos, y ambos coincidíamos en el destino, la biblioteca. Yo me fui por unas estanterías a buscar unos libros de historia y ella se había ido por los recovecos de la sección de esoterismo. Ella se sentó en la mesa opuesta en forma oblicua. La miré, mientras a la vez simulaba que leía lo que había ido a buscar. Ella era más discreta, pero no por eso menos directa, de hecho, se levantó y me dejo una tarjeta personal “hago trabajos de limpieza de hogares… limpiezas de energías, no doméstica, cuando quieras o necesites tenés mi teléfono” le agradecí avergonzado, vi como se retiraba a través del reflejo del vidrio. Esa espontaneidad me fascinaba de ella, yo nunca me hubiese levantado con una excusa tan poco propicia para acercarme a un hombre de veinte y pico de años. Ella no tenía problema en decir y desdecirse. Nos atraíamos, pero no sé, me atraía y no, sabía que era de ella lo que me gustaba, pero no, lo que no me permitía mirarla con ojos de pareja en totalidad. Amanda era esbelta, atractiva, era imposible no mirarla como mujer, además de que la apreciaba y me fascinaba su personalidad como había mencionado; pero así y todo no podía, además creo que ya era tarde, había una deleite que a mi parecer, lo habíamos agotado entre nuestras noches de soledad.
“Marcos, ¿bajás las ropa de la soga? Por favor… me bañé y me falta la ropa que lave hoy, tengo frío para salir afuera” Bajé la ropa y se la alcancé, me agarró la mano y me tiró a la cama con ella. La ropa quedó abajo nuestro arrugándose, pero ella no quiso que tuviéramos relaciones, se quedó conmigo abrazada y desnuda sobre la cama. Me pareció raro en ella, porqué era cariñosa, pero no nunca buscaba refugio en mí, supongo que tenía otros hombres, aunque no me lo dijera. Al rato estaba encima mío y si, esta vez comenzamos a besarnos.
- Deja de decirme Amanda, no quiero que me llames más así
- Pero no era que Rosario no te gustaba ¿qué te sonaba a catolicismo?
- Sí, pero ya no quiero, decime Rosario
- Bueno… ¿te pasa algo? – le decía riéndome
- No, nada, ya me aburrí de que me llames así
Terminamos de estar juntos esa tarde y seguí con lo que estaba haciendo antes de alcanzarle la ropa.
El fin de semana, le pedí que me acompañe como todos los fines de semana a pescar y Rosario me dijo por primera vez que no podía. Fui solo, no me sentía ofendido, pero era raro no tener su compañía “quizá no me quiere decir y va a salir con alguien”, pensaba. Cuando volví a casa cerca de las ocho de la noche, me di cuenta de que había estado toda la tarde en el departamento. Entré despacio a su habitación pispiando por si estaba recostada con alguien y la vi, sentada en el piso, con las piernas cruzadas, no tenía ni la radio puesta, me llamó la atención porque a ella no le gusta el silencio por nada del mundo, ¡si cuando se corta la luz tengo que hablarle de cualquier cosa para que no se largue a llorar como una criatura! No la quise molestar, a veces uno quiere estar solo y que la gente no perturbe lo que pensamos.
- Voy a hacer unas pastas ¿comés Ro?...Ro ¿comes?...pastas voy a hacer, ¿te gusta?...Rosario ¿qué pasa?
Me asusté, me senté a hablarle a la cara, a zamarrearla, porque no me contestaba, grité su nombre un millón de veces hasta que me dio una trompada en el medio de la cara
- Rosario, ¿qué hacés? Loca de mierda… ¡te estoy hablando estúpida!
- no me llames Rosario, te dije, imbécil, decime Amanda
- ¿Pero ayer no me dijiste que no querías que te llame más Amanda porque estabas aburrida?… mirá, me tenés harto, no sé qué te pasa. Voy a estar en la cocina si querés comer.
No sé que le pasaba, no quería hablar con ella. Realmente no me parecía que fuera muy coherente de su parte pegarme una trompada porque le había llamado por el nombre que nunca le gusto y que de hecho, me había pedido que no lo vuelva a hacer. Creo que está loca como la mayoría de las mujeres.
Al otro día hizo como si nada ¡ni una miserable disculpa me dio la desgraciada! Desayunó al lado mío. Estaba distinta, no era así de indiferente. No me animaba a preguntarle que le pasaba tampoco. Esa noche yo había invitado otra amiga para que se quede a dormir, esas amigas que yo coleccionaba para compartir la soledad. Por las dudas sentí la necesidad de comunicárselo a Rosario. Había estado tan extraña que tampoco quería incomodarla en su propia casa, me contestó con un gesto de asentimiento y se fue a su dormitorio.
Celeste había sido mi compañera de la secundaria y conocía a Rosario desde hace cuatro meses, se cruzaron pocas palabras, pero entre ambas siempre hubo un trato cordial que me dejaba tranquilo, porque sabían la relación que tenía para con ellas. A mitad de la madrugada Celeste se había levantado al baño y cuando volvió a la cama, me dijo que abrió la puerta y encontró a Rosario detrás, como esperándola. Celeste preguntó si es que ella tenía que usarlo y ella no respondía como había hecho conmigo el día anterior. La vi atemorizada y entonces la abracé hasta que se quedó dormida. Al otro día cuando nos levantamos, Rosario estaba alegre, parecía que nada de lo que haya sucedido la afectaba y nos desconcertaba. Pero a uno le despertaba ese no se qué, que obligaba a mantener cerrada la boca sin cuestionarle los altibajos que estaba teniendo últimamente. Descarté también mi idea de que fueran celos hacia otras mujeres, ya que la veía tan relajada con Celeste, que no podía haber sido aquello lo que la inquietara. Lo que pasaba, es que Rosario se ganaba la vida con esos enganches espirituales, limpiando hogares. En el fondo no era creyente, era más astuta y tramposa, abusaba de los humildes, desde una buena ley inventada y decretada por ella, sosteniendo que por la misma persuasión, hacía el mismo bien que si realmente poseyera dones paranormales. Decía que a través de las palabras transmisoras de fe y optimismo, hacía que muchas de las cosas que le consultaban llegaran a cumplirse, porque la gente se predisponía a que las cosas se realizaran, su autoestima se reconstruía a rituales y cintitas de colores enganchadas tres veces en la mano derecha, velas violetas o rojas colocadas a las doce de la noche y flores rociadas con orín de animales. A veces creo que ella manejaba muy bien el desapego de estas prácticas que realizaba, pero también creo que la trastornaba; la culpa de los dobleces del discurso siempre pega patadas en el estómago a la larga y a cualquiera. Lidiaba con el amor y el odio que las personas tenían entre sí, a un nivel que bordeaba la enfermedad, y para mí quedaba un poco atrapada en una red de juegos siniestros. Yo no la juzgaba, porque sabía que cuando su horario de trabajo terminaba, era una mujer común; de hecho, teníamos muchas cosas en común, la música, la pintura, la pasión por los deportes. Cuando Celeste se fue, Amanda se sentó en el sillón al lado mío, “se divirtieron anoche, ¿no? Pero no me invitaron” le dije que me disculpe, pero que si hubiese sabido, la invitaría, nunca hubiese creído de ella que Celeste podía atraerle, sin embargo, se levantó, volvió a pedirme el nombre contrario, ya había cambiado nuevamente la expresión del rostro, estaba reacia, como enojada, creí que había sido irónica y se había ofendido de nuevo. “Amanda, ¿qué querés? Basta, ya no te entiendo” lanzó la taza de té que había traído en la mano contra la pared, me levanté de un salto como si tuviera un resorte en el culo. Traté de calmarla pero ella sola se fue del departamento, la llamé unas veces, abrí la puerta sin seguirla, solo repitiendo su nombre, pero ya había comenzado a bajar las escaleras. Estaba muy obnubilado, ya no la conocía, no sabía cómo dirigirme a ella sin que reaccione, no entendía ni la raíz de lo que detonaba en ella esas interrupciones que dinamitaban estallidos. No la llamé a su teléfono, la dejaba, dejaba que se le pasara. No había venido a cenar, guardé los restos de la cena en la heladera. Comencé a pensar nuevamente si no eran celos lo que sentía, pero no. Era tan confuso, porque estaba serena y al poco rato estaba muy irritable, sin motivos aparentes. Hasta lo que podía parecer un motivo, dejaba de serlo cuando su comportamiento volvía a transformarse por otro motivo. Me acosté a dormir.
A la noche oí tornarse la puerta de mi habitación, me di vuelta y la vi a Rosario o a Amanda; me empujo un poco, hasta acostarse dentro de mi cama. A esta altura de las circunstancias no entendía absolutamente nada, me empezó a buscar, a besarme, se acercó a mi oído y me dijo “perdoname, estoy un poco nerviosa y confundida” le acaricié la cabeza, le contesté “No importa Rosario, no estoy enojado” me pidió otra vez a los gritos contradiciéndose que no la llamara Rosario. La besaba para que deje de hablar y trataba de ponerme encima de ella para ceder su fuerza. Al otro día intenté llamar a su hermano, porque sabía que en su familia su padre tenía un problema psiquiátrico, quizá ella lo había heredado y convenía empezar a tratarla, también sumado a ese mundo del que ella trataba de obtener rédito, no era una combinación muy alentadora para la salud mental de nadie.
- David, ¿cómo estás? Soy Marcos, necesito que vengas a ver a tu hermana, está muy rara, pero acercate a casa que te cuento. Yo creo que está pasándole lo mismo que a tu viejo, yo no sé cómo tratarla
- Bueno, hay que ver si es para tanto… ella siempre tuvo trastornos de chica y de adolecente, pero no lo mismo que él, después anduvo muy bien
- Esta rara, se contradice todo el tiempo y se enoja mucho, ya le tengo miedo, porque empezó a revolearme cosas, me quiere pegar y después se acuesta conmigo.
- ¡boludo! ¿Eso es?
- Pero nunca me hizo eso
- Capaz no te puede decir que quiere estar con vos
- No, ella no quiere nada conmigo, ni con otros, eso me llama la atención, ¿tuvo novio alguna vez?
- Si, tuvo
- Y porque se peleo
- ¡Qué sé yo!, la gente se pelea, no le pregunto. Mañana paso y la veo. Tranquilo marcos
- Hasta mañana – colgué el teléfono, me había quedado una sensación de que no me había resuelto nada hablar con el hermano.
Esa noche volví a sentir que ingresaba en mi habitación, me di vuelta y la vi a ella; empezaba a molestarme, porque me atemorizaba su sigilo, ese silencio incómodo con que se quedaba fijamente mirándome a los ojos antes de interiorizarse bajo mis sábanas. Pero el desconcierto era tal, que yo había perdido hasta la capacidad de contestarle. Si hubiese sabido antes lo loca que estaba, los problemas que la habían acompañado durante su vida, me hubiese planteado realmente si me convenía vivir con ella… ¡es que créanme no se nota! a veces en la locura hay una línea muy delgada que bordea un encanto indefinible, particular, y cuando se puede caminar de cerca, se observa la realidad, pero ya desde adentro de una cola de cascabel con dientes incrustados en nuestro cuello. Se deslizó por debajo de la cama, empezó a buscarme sacarme la remera y la detuve, lanzó una mirada-puñal, entonces la dejé que continuase, siguió besándome, me mordía y empezaba a dejar de ser agradable para ser doloroso, jadeaba acercándose a mi oído, pero hay esta vez a diferencia de la noche anterior empezó a emitir unos sonidos extraños, primero creí que era un gemido, pero después empecé a darme cuenta que era un sonido gutural como si fuese de ultratumba, sus rasgos iban transformándose… como expandiéndose la carne que compone su rostro, atiné a escaparme pero ella tenía una fuerza descomunal en los brazos, me tenía sometido a través de los hombros; me exhalaba unos suspiros con un olor a restos de animal muerto en plena descomposición, de su boca caía saliva abundante que embebía mi rostro de viscosidad, gritaba emanando unos chillidos, alternándose entre agudos y graves, como el retorno de una criatura oculta. Nunca en toda mi vida había sentido tanto pánico, no sabía quien era esa persona que tenía encima del pecho, si era Amanda o Rosario o nunca había sido ninguna de las dos. Me sentía preso de algo, una nauseabunda bestia que carecía de nombre, gritaba con los rasgos mutables, gritaba que dejara de llamarla de un nombre y después me pedía que dejara de llamarla por el otro, así innumerables veces sin dejar de apresarme las muñecas. Hablaba en un idioma extraño, gritaba palabras retumbantes en ecos, no tenía nada en común con lo que David había mencionado sobre ella, esto era indefinible, espantoso. “Dejame en paz, ¡no me lastimes! dejame, soy yo, ¿no te acordás de mi?” me soltó, su piel estaba cubierta de un pelaje espinoso, salió de la habitación. Empecé a pegarme la cabeza contra la pared, quería despertarme si es que esto era una pesadilla, no lo era y en algún momento me desmayé.
Desperté a la mañana, mareado, tenía terror, ya no sabía que podía pasarme. Agarré un palo de hockey y bajé de a poco las escaleras observando por todas las direcciones. En la cocina la vi desayunando en paz, con cuerpo de mujer; parecía que no recordaba nada porque me hablaba alegre y relajada, como siempre había sido.
- Me voy a limpiar una casa
- Creo que es momento que te empieces a replantear tu trabajo, no sé
- ¿Por qué? ¡Ay Marcos yo no me meto con tu trabajo que me parece horrible!
- Te quiero avisar que me voy a ir de acá, no quiero vivir más con vos
- ¿¿Por qué?? No…no, no me hagas esto
- No me interesa, no te quiero ver nunca más, sos… no sé quien sos
- Marcos
- Basta…vos, no sé ¡no sé quien sos! no sé ni cómo te llamás
- Marcos, dejame ayudarte, hoy viene David a verte, quiere hablar con vos
- Si ya sé, lo llamé yo porque no te veía bien, hasta acá llegué… arreglate vos
- No marcos…lo llamé yo, no te veo bien, lo llamé porque me estás preocupando. Te vamos a acompañar a una clínica
- ¿Qué? ¡¿Pero vos estás mal de la cabeza?!, vos y él, después de lo que hiciste anoche, que al final, no sé ni siquiera, si eras vos
- Si, está bien marcos…bueno, lo contás cuando veamos al médico, ¿si, amor?- decía mientras me acariciaba las mejillas
- No me digas mi amor, porque yo no soy tu novio, ni tu marido, ni una mierda tuyo gracias a dios
- Está bien… eso también lo vamos a contar
- ¡Ja! Por supuesto ¿y?
Me mostró una libreta de casamiento, figuraba mi nombre y el de ella, donde aparecíamos casados hacía casi dos años.

lunes, 9 de abril de 2012

Acordar con los fantasmas


- “Vení, sentate con nosotros”
Le serví vino en la copa hasta llegar al borde, demasiadas horas las que vendrían por delante y no quiero que se le reseque la garganta. Fabrizio estaba, como acostumbre, hacía ya más de media hora esperando y con una expresión de fastidio, de que uno no sea tan asquerosamente puntual como él. Estábamos los cuatro a la mesa. Siempre faltaba alguno de nosotros y entonces nunca podíamos terminar de cerrar esta historia.
- Esta luz de mierda no me deja verte la cara (Fabrizio a isabella)
- No me tenés que ver la cara, me tenés que escuchar (Isabella a Fabrizio)
- Quiero ver la cara que ponés cuando te estoy hablando (Fabrizio a isabella)
- Decile a René que traiga la comida (Fabrizio a isabella)
- ¿Quién es? ¿tu sirviente? (Isabella a Fabrizio)
- Eso dice en el recibo de sueldo (Fabrizio a isabella)
- ¿Y vos no tenés boca para pedirle? (Isabella a Fabrizio)
- Tengo la voz menos aguda y chillona que la tuya (Fabrizio a isabella)
- Y te olvidás de que lo trato como a una persona (Isabella a Fabrizio)
- También… siempre ví en vos que te identificaste con la miseria (Fabrizio a isabella)
- Y bueno, por algo me habré casado con vos (Isabella a Fabrizio)
- Sí, porque te salvé, sino eras mi mujer hoy podrías ser mi empleada (Fabrizio a isabella)
- Por lo menos me pagarías un sueldo por aguantarte (Isabella a Fabrizio)
- Te lo pago, lo tenés consumido adentro del armario y en lugar que ocupas en la mesa (Fabrizio a isabella)
El mayordomo se acercó a la mesa y nos sirvió la comida. Tomé la copa con la mano y sonreí a ELLA, que estaba al lado de Fabrizio, a su lado estaba ÉL siempre cabizbajo, opinando escaso, recibiendo órdenes. Me levanté a cerrar la ventana, cuanto mayor es el encierro, la presión aumentaba, y esto acabaría más rápido.
- René puede apagar la luz de la cocina? Deje solo esta, si, si… no importa que no se vea, gracias, a ellos les molesta tanta luz – Se dirigió Isabella al mayordomo
- Te molesta en serio? – Fabrizio a ÉL
- No le preguntes cosas ya sabés, todavía es necesario que preguntés obviedades- Isabella a Fabrizio.
- Y si cambió de opinión? - Fabrizio a Isabella
- Ellos no cambian de opinión, por eso están acá… empezá vos por favor… servile vino, no seas egoísta- Isabella a Fabrizio.
- Puede que sea menos egoísta de lo que vos sos de borracha- Fabrizio a Isabella.
- No te preocupes cuando ellos se vayan, yo creo que también, estoy segura que no voy a tener más que hacer al lado tuyo- Isabella a Fabrizio.

Con Fabrizio nos cruzamos de brazos y nos quedamos callados. Aquellos dos que acompañaban a la cena, empezaron a dialogar. ELLA, inició sin ningún preámbulo afirmando que yo me ahogaba en mí, me ensimismaba, como buena atormentada; pero ÉL le retrucaba que Fabrizio en el fondo había querido protegerme, a pesar de que se dirigía como si yo fuese una esclava. Decía que Fabrizio no me odiaba, lo que sucedía es que era un tipo vulnerable y ¡pobre! Había tenido bastante con los padres. Entonces ELLA le recordaba que yo tampoco había nacido en un jardín de rosas. ELLOS, Él y ELLA entretejieron un discurso donde aparentemente Fabrizio estaba conmigo, porque siempre había sentido el deseo de protegerme, aunque al tiempo me maltrataba. Yo lo acobardaba porque era furiosa, decían que si fuera más inteligente tendría que darme cuenta que él me estaba pidiendo a gritos atención, y me trataba de la misma manera que lo trataron, igual decían que yo era masoquista, y que en el fondo me gustaba tener argumentos para poder seguir siendo la mártir. A pesar de ello casi nadie me conocía en profundidad para juzgarme. Se decía que yo no tenía paz, que era un pozo sin fondo, inabarcable, insondable, insaciable, con las cicatrices abiertas que dejaba el desamparo, con esas razones o imágenes que no se curan con llorarlas una vez, y podía estarse toda la vida llorando como si fuese la primera.

Me levanté a cerrar las cortinas porque entraba mucha luz todavía, y le pedí a René: - “¿podría encender los candelabros? porque queremos que esta habitación quede en penumbras”. ELLOS preguntaron a Fabrizio cuáles eran las razones por las que se había fijado en mí y a la inversa. Les dije: - “Las manos, me gustan los hombres con manos agrietadas, mi abuelo decía siempre que las manos agrietadas son de personas nobles”. Fabrizio dijo que le gustaba verme cuando daba vuelta la tierra del jardín de la casa donde vivía. Le llamaba la atención el sumo cuidado con que trataba las plantas, y aunque solía ser muy sucia, me veía impecable. Me preguntaron también en qué momento creía que yo había dejado de ser parte de sus atrayentes grietas y me había trasformado en un tajo (así me hacía sentir él cuando me dirigía la palabra) cuando me clavaba los ojos con esa mirada de ave carroñera, gustosa de engullirse mis vísceras. También preguntaron a Fabrizio cuando empezó a sentir que era un gusano, sometido a los más crueles plaguicidas que se escapaban de mi boca, ya que a su entender me corría veneno entre el cerebro y la lengua.

- Bueno, bueno, bueno… esto no va a terminar bien
- Son desparejos
- Tormentosos!
- Agresivos
- Intratables
- Gracias… no los invitamos para que nos halaguen, que tenemos que hacer para que ustedes se retiren, no es nada personal, pero me gustaría que se vayan y supongo que a Isabella también. Decía Fabrizio a ELLOS
- Si… ¡ay! Hace mucho que no te contestaba que sí… pero claro, lo que ambos queremos es que nuestra relación se termine, pero ninguno de los dos está dispuesto a convivir con los fantasmas que… (Isabella a ELLOS)
- (mirándose y haciendo ademanes entre ELLA y ÉL) ¡Ah claro! ¡Qué bien, que fácil! siempre igual estos humanos, ustedes nos construyen y después nos quieren volar a patadas… no se bancan lo que en realidad son, mirame Isabella… ¿Quién soy? Mirame bien, cuanto menos parecida soy que tu espejo
- Basta, eso no importa, ¿qué esperan para irse? (Isabella a ELLOS)
- Nosotros no hacemos negocios… imbéciles… somos parte de lo que ustedes armaron (ELLOS a ellos)
- No queremos más… como arreglamos para que se vayan (Fabrizio a ELLOS)
- No nos van a poder sacar, lo lamento… es parte del juego (ELLA a ellos)
- Nos juntamos justamente para arreglar como desearían irse (Isabella a ELLOS)
- Reza… podés pedirle a San Pedro que te mande un Azeheimer (ÉL a ellos)
No eran tratos, eso era lo que costaba que comprendiésemos. Hicimos un compromiso tácito, nunca, ni hoy o en otra historia, seríamos solamente nosotros. Estarían siempre ELLOS, recreados por nosotros, el fantasma que yo había construido sobre Fabrizio y el fantasma que él había construido de mí; ELLOS se metían entre nuestras sábanas, incluso cuando me penetraba, cuando nos bañábamos, en las góndolas del supermercado gastando dinero de más, cuando venían nuestros padres a almorzar, ¡ufff! Esos encuentros éramos el doble o el triple de los personajes de carne y hueso. Se entrometían en las discusiones y una sola respuesta, se volvía decenas de erradas suposiciones, ellos nos hicieron olvidar de quienes fuimos, hasta creo que olvidamos de recordar nuestros rostros. Se volvieron las sirenas de Odiseo que cantaban obligándonos a cambiar el curso de nuestro final. Y en este momento se victimizaban de que queríamos desaparecerlos, y por supuesto… ¿a quien le gustaba convivir con fantasmas? Con esos recuerdos de mala entraña, desnudándose por la casa, exhibiéndose ante las personas que posteriormente uno podría conocer, atemorizando con un fragmento de pasado que uno ya no tenía ganas de volver a vivir, pero los desconocidos estaban en todo su derecho de no creerlo por completo. Incluso me animaba a decir que también lograban atemorizarme, ya que ellos me representaban, ellos eran aquella parte oscura de nuestra historia o de nuestras historias compartidas, esas asquerosas vísceras oscuras que todos nos empeñamos en ocultar hasta que algún día inevitablemente salen a la luz.
Continuamos en penumbras hasta el amanecer, eran lo suficientemente testarudos y maleducados como los gatos; se fijaron en los sillones con las piernas cruzadas y las copas en la mano, brindando por la perpetuidad de la melancolía. No había forma de sacarlos, no alcanzaban los argumentos para negociar.
Una vez más ganaron la batalla, optamos por convivir con ellos… por compartir las noches, colarse entre las imágenes, por turnarnos en la cama y reír detrás del llanto, por amarnos bajo el rencor, o robarnos en la medianoche los restos de helado que quedaba en la heladera, por entrelazar los pies en los inviernos, por los silencios o las palabras en demasía, por aquellas incertidumbres que se atesoran hasta la muerte; quizá también peleemos en las navidades olvidando los verdaderos motivos de lo que estamos festejando porque estaremos ocupados imponiendo las preferencias familiares; también por los pelos del perro que te traen alergias, razón que nunca comprenderé, porque para mí siempre fueron tus bajas defensas frente a los seres que te rodean. En fin… quizá la solución no sea erradicar los fantasmas, sino asumirlos.

L. P.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Los restos de Abel


Y sí… quizás no supe tratarla como se merecía. Ya lo había repetido mil veces, ¡es testaruda! Martina fue la menor, eso siempre fue un problema, demasiado consentida. Pero antes de que pasara, le pedí y le reclamé tantas veces. No, conmigo no… ¡no juegues! porque soy mansa hasta que se me piante la chaveta. Bueno, es su culpa y a mí las disculpas me entran por un oído y me salen por el otro… como las balas, tal cual como las balas.
Cuando éramos adolecentes ella había decidido que iba a viajar a Colombia, ¡mis padres imaginate! la sacaron a patadas, recién cumplía quince años y ella creía que podía decidir por encima de los demás, ¡como la detestaba! La adolescencia le potenciaba cada cosa que se le cruzaba por la cabeza. Además mis padres no estaban en condiciones de pagarle y sustentarle nada, ella vivía en una nube de colores de la cual todos teníamos que hacernos cargo. ¡Como habrá sufrido Darío! Había que estar con una mujer como ella… si yo, siendo la hermana, puedo llegar a… no sé, nunca le voy a perdonar haberla encontrado con él ¡que idiota que me sentí! La única cura contra la vergüenza es cortar por lo sano… a los dos, no había ninguna justificación que valga la pena… ¿Me iba a conmover? quizá ahora el pobre Darío pueda disfrutarla un poco más
La semana pasada había venido y se quedó como muchas noches de las que venía a esperarla, charlábamos en la cocina, mientras comía lo que a nosotros nos había sobrado y la verdad que nos divertíamos, a veces pienso que la vida nos junto a la inversa, pero Martina y Andrés se encargaron de revertir el destino.
- Y Andrés?
- Hace unos días que no nos vemos
- Porqué?
- No vale la pena que te cuente… es amargarte el día, y amargármelo… sabés que, hay cosas que uno las tiene que aprender a digerir y olvidar, todo lo que no te sirve va desapareciendo y no hay que llorar por lo perdido, por algo ya no tiene que estar más
- Y no se…
- Creeme que sí… querés un mate para bajar?
- Martina cuando vuelve?
- No me dijo nada
- La espero
- Te parece? No sé si va a volver, últimamente se escapa de noche como los gatos
- Mientras no se escape con otro
- Y no sé qué decirte, muchos gatos salen, pero nunca dejan de dormir en la cama de su dueño, vuelven antes de que salga el sol
- …
- ¡Ay por favor Darío! no seas iluso…
- Que?
- Me imagino que te das cuenta que tipo de persona es mi hermana, yo la quiero, pero a vos también te quiero y no sé, yo creo que al lado de ella no…no vas a ser feliz
- Porque me decís esto?... Y además porque me lo decís atrás de ella?
- Porque no podría decirte esto delante ¡ vamos Darío! dejá de hacerte el tonto, el que no ves, de cinco veces que venís por semana tres o cuatro son los días que te quedás charlando conmigo en la cocina
- ¿Y qué querés que haga si estudia de noche?
- Ja! ¿La ves estudiando?, siempre fue igual, nunca hizo nada de lo que dice…
- Pero sabés algo? Decime, ¿con quién está?
- No se…
- Entonces
- ¡No sé con quién! pero que está, está… no te miento… y dejá de mentirte a vos, mi hermana es una mujer muy querible, pero como una amiga, no sirve para estar con nadie
- ¿Pero yo me meto con tu noviazgo? ¿Qué carajo te pasa?
- Decime lo que quieras, decime lo que opinás, será bien recibido porque no camino con una venda
- Yo tampoco
- Sofía que vos estés mal…
- Seguí esperándola… y si querés agarrá una almohada y júntate dos banquetas
- Bueno, dale… vos andá a dormir, me parece que te falta descansar
Al otro día, lo encontré en la mesada de la cocina haciéndose un té y además de estar pálido como una hoja, tenía cara de desesperado, lógicamente porque Martina no estaba. Pobre, me dijo que se sintió descompuesto toda la noche, le habían caído muy mal la comida, pero peor aún era para él que Martina no estuviera o que no le contestara.
- Estoy preocupado… yo no entiendo, la verdad es que pienso que sos una mierda de persona, no puedo creer que no te preocupe nada de tu hermana, por más mal que te lleves con ella, no puede ser que desaparezca y que no se te cruce que le pudo haber pasado algo
- Estoy segura que no
- Porque estás segura
- Porque lo sé… porque es así, así es ella, es una bomba de tiempo
- Está bien, dejá, deja no te preocupes, ¡ah! una cosa más… la vi a tu vieja está mañana, me dijo que tengas la amabilidad de guardar todos tus frascos de pintura, que limpies, porque está cansada de todo ese quilombo que le dejás en la mesa
- Y de mi hermana no te dijo nada
- No
- Viste? No soy la única desalmada
- Ahora veo a quien saliste
Yo estaba armando una exposición de cuadros que iba a presentar este mes, estaba terminado los últimos dos cuadros.
Cuando cumplí 21 años, mis padres me dieron la posibilidad de viajar el extranjero, algo que se los agradezco enormemente ya que lo que aprendí en ese viaje, es la base de esta obra, había aprendido técnicas que acá en Argentina aún se desconocían y si se conocían no tengo ninguna referencia con quien pudiese compartirlas. No estuve mucho tiempo, fueron ocho meses, pero me bastó. Pude sacarle provecho, yo también sabía que mis padres hacían lo que podían, les había costado mucho que yo viajara y que encima el leiv motiv fuese aprender técnicas de pintura, una vocación, el placer, no se fijaron si eso iba a retribuir económicamente. Por eso Martina me fastidiaba tanto, nunca podía ver lo que les costaba a ellos darnos cada cosa con la que tropezábamos cada mañana, como si nuestra realidad fuese dada por la providencia y no era así, se gastaban la piel de las manos para que no nos falte nada.
Ese día me quedé en casa y entonces me dediqué a terminar los cuadros, tenía tres días antes de la exposición, y quería impactar, no me importaba si me destrozaban o si me halagaban, pero quería impactar, quería que la gente se retire con alguna impresión. Mi mamá entró al atelier y volvió a pedirme que saque de una mesa que estaba dentro del garaje unos frascos que había olvidado, que limpie las manchas que llegaban hasta el piso. Lo hice, pero antes de que baje me preguntó por Martina, a ella también le empezó a preocupar no saber de ella, nunca la habían visto ausentarse más de 24 horas, me hizo el comentario de que había llamado a una de sus amigas para saber si estaba con ella y además Darío estaba demasiado insistente, tuvo que calmarlo antes de que siga con la idea de reportar a la policía que estaba desaparecida. Yo continué con la idea de que había que esperar sin desesperar, traje las cosas que había dejado en el garaje y me volví a encerrar en el atelier. Darío vino a la noche y me hizo compañía mientras continuaba pintando, estaba alterado y me pidió que lo acompañe a la comisaría, a lo cual mantuve resistencia y entonces fueron mis padres con él. Decidí bajar la defensa aunque yo estaba muy centrada en mis cuadros, por eso no quería salir. Esperé en un banco, mientras ellos iban pasando uno por uno, declarando sobre su paradero. Me llamaron y tuve que también ser parte de la exposición, cuando me preguntaron sobre la última vez que la había visto, no podía ser totalmente sincera… la había encontrado a la media tarde, en casa con Andrés, mi ex pareja, estaban juntos sobre la cama de mis padres, se fiaron de que nadie iba a estar a esa hora, yo los vi, ellos no. Yo fui la última persona que los vio, pero no podía decir eso, era cavarme la tumba, era ser objeto de vergüenza, de cuestionamiento, de repudio, de lástima, una cosa era mi impronta a través de mi pintura, y otra muy distinta era la cruda verdad de quien soy, de quienes eran ellos, o todos, porque en un punto todos éramos una parte de lo que acontecía, como en todas las cosas de la vida, si no uno no hubiese, no permite, si le hubiesen puesto límites, si hubiese decidido antes, etc., etc., todo habría sido distinto, yo preferí acallar y dejar que el agua corra. Yo prefería convertir ese trozo de realidad en un personaje más. Nadie sabe tanto de mí para deducir qué relación tiene con mi vida. Le dije al agente que la había visto el lunes antes de ir para mi clase, después de ahí perdí contacto con ella. Volvimos a casa y había un aire apesadumbrado, me retiré para el atelier.
Llegó el viernes, el salón de exposiciones estaba en el barrio de Boedo. Había venido más de la mitad de los invitados, mi familia no había asistido, estaban muy disgustados conmigo. Darío llegó más tarde, estaba muy enojado, pero sabía lo importante que era para mí esa noche.
- Sofía
- Darío! Muchas gracias por venir… ¿cómo estaban en casa?
- Igual, mal… nada… estoy muy preocupado, ojalá solo hubiese sido que estaba con otro
- Y bueno… ya nos vamos a enterar, vení que te presento a unos de mis amigos
- No, dejá, no tengo ganas de hablar con nadie, vine a saludarte y a ver los cuadros a lo sumo
Hacía muchos años había ido al museo nacional, vi un cuadro que me impactó, no sé si era por lo hermoso o la bizarría de su composición. Había una figura perfecta realizada con milésimos de filamentos imperceptibles de embutidos, unos sobre otros, si uno no leía y no se acercaba no podría darse cuenta de aquella técnica. Cuando viaje a España, conocí a un grupo de artistas vascos, pasé con ellos cerca de dos meses conviviendo, además de poder ser parte de ellos, me dejaron esto… lo que hoy estaba presentando, todo aquello que viví observando durante esas noches… era el reflejo de las pasiones que se escondían en aquellos rasgos fríos; Milena, Sara… todavía puedo recordar esas manos tan delgadas de nudillos prominentes, abstemias y faquires, ellas me recitaban cada día que pintaban para alimentarse… me llamaba poderosamente la atención como podían dejar de incorporar días enteros un plato de comida, bastaba recorrer el cuadro con su lengua, lamer el hierro seco de la sangre con la que representaban el mediterráneo de su imaginario, lamer los filamentos magros de los hombres que las acosaban, de las mujeres que robaban sus hombres. Antes de que Darío se retire le di uno de los cuadros, para que de una vez por todas pueda quedarse con la certeza de que Martina de ahora en adelante solo estaría a su lado.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Casandra en el laberinto sin espejos del rey sin corona


La esquizofrenia argumentativa

Lo que pasa es que vos no te das cuenta porque ella te enseño a creer así, pensá que vos sos como ella… yo no soy esto que vos estás viendo, es imaginación tuya y te va a pasar con todos, no conmigo solamente. Siempre vas a quedar encerrada en esto. Es que no podés darte cuenta porque no te podés ver ni a vos misma ¡mirate!… estas equivocada… nada de lo que decís es… lo que pasa es que no me crees y siento que me estas faltando el respeto, ¡eso! eso es, lo que siento vos me faltas el respeto en no creerme… basta, no me hablés más, ¡no me hablés más te dije! estás desbordada, desequilibrada, quiero que te calles…………………………………………………………………………………………………………………. ¡callate!..
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La mirada sobre la materia de los sueños

Esa falta de aire entremezclada con angustia, solo había sido un mal sueño, desagradable por cierto. Recorría una ruta en auto y veía consumirse en llamas una refinería petrolera, una de sus chimeneas se tumbaba hacía la ruta, casi a punto de estrellarse con el auto donde estábamos viajando. Nos topábamos nuevamente con otro incendio, esta vez en un astillero; metros más adelante, se repetía otra vez la escena del fuego en una especie de fábrica de químicos sobrevolada por tres helicópteros que incesantemente arrojaban el contenido de los extinguidores. Una vez levantada y pasada por la ducha, había olvidado por completo la sensación desagradable con la que me había despertado.
Pasé todo el día fuera de la casa y regresé muy tarde. Estaba agotada del día, de calor agobiante que se había repetido esa semana, sumado a los cortes de accesos y puentes, huelgas y ese maldito calor que se intensificaba en los vehículos de retorno, que hacía faltar el aire, brotar náuseas, o dolores, irritabilidad, agresión, lo peor de uno y de todos juntos etc. Estaba llegando, observé que las calles estaban oscuras, olvidé de mencionar los cortes de luz que sucedieron durante la semana. Una muchedumbre, y un camión de bomberos, rodeaban unas llamas de aproximadamente seis metros de alto que se encontraban en una estación de servicio. En ese momento volví a recordar mi sueño y le dije a Máximo, mi pareja que se encontraba al lado “como pasó en mi sueño, era un petrolera, pero bueno, es lo mismo al fin y al cabo hacen el producto para las estaciones de servicio” lo dije con ánimo de sentirme un décimo quinto pedacito de profeta.
Lo primero que hice cuando llegamos fue volver a entrar en la ducha para quitarme la capa de smog que me recubría. Mientras me desenredaba el pelo, observé la imagen en la televisión, una ruta ardiente por el estallido un tanque del barco que estaba anclado dentro del puerto. Además el incendio, había provocado una interrupción del tránsito y decenas de muertos que transitaban cuando una de las chimeneas explotó debido a que las llamas habían llegado hasta los tanques donde se conservaba el crudo y los hidrocarburos. Con una expresión un poco más aterrada, busque consentimiento en la mirada de Máximo, donde solo encontré mayor indiferencia.
No era la primera vez que ocurría, había presenciado diversas manifestaciones que habían comenzado primeramente desde mi inconsciente. Desde hacía muchos años me preguntaba, ¿quién es el responsable de sembrar en nuestra mente adormecida, las imágenes que acontecerán mientras nos adentramos en aquel otro mundo? Temía no saber si me encontraba despierta.
En una ocasión había intentado despertarme una y otra vez, levantar los párpados, huir del inconsistente que parecía no querer dejarme ir, mientras espectros sin rostro me tomaban en la cama para hurtarme la carne… mis huesos, quería lograr hacerse pasar por mí. Asimismo soñé con advertencias, se volvían como telegramas sin remitente, que sucedían en los días posteriores. Alguien o algo, debería saber que aquello estaba por acontecer. Los psicólogos funcionaron como simbolizantes de la emoción o el acto sobre la experiencia real, pasada o presente, pero nadie, ni aquellos dotados en el tema, podían responder bajo ninguna teoría el fenómeno de las predicciones. El incendio fue una reconciliación con los recuerdos.

La génesis de la fe

Recuerdo escuchar a mi madre repetir las historias de cuando ella era muy niña. Más de una vez me contaba que no podía ingresar a la escuela basílico científica (donde asistían sus tías) los días sábados por la tarde. Aquellos días eran jornada de santos, y los entes de planos superiores o inferiores, podían llegar a incorporarse en los presentes, principalmente en los pequeños. Sus tías eran mujeres sensatas, eran humildes y aquel mundo no era un medio para aprovecharse de la necesidad de otros, era una inquietud, una búsqueda personal con aquellos queridos que en el fondo, no se aceptaba que hayan partido, y hacía veraz el hecho de las corporizaciones. Me gustaba que me repitiera aquellas historias aunque las había escuchado cientos de veces, me hacían sentir algo así como que si fuese poseedora de secretos. Ada, Italia y Juana eran mediúmincas, una de ellas además era tarotista y tenía conocimientos sobre astrología, disciplinas que me mantenían viva en una especie de ensueño permanente, proyectándome geográficamente a miles de kilómetros de distancia de mi realidad, deambulando entre mercaderes austeros, y ancianos que aparentan ser semidioses que traspasan el conocimiento de las ciencias ocultas . Sentía un orgullo silencioso de saber que provenía de la sangre de aquellas, consideraba que descender de su seno me preparada para los secretos que exceden a la física y las matemáticas. Aunque debo reconocer que me refugio en estas, cuando el exceso perturba el sueño o la paz.
La impresión de un saber oculto sobre la naturaleza de los fenómenos, comenzó a ser moneda corriente en la casa donde vivía; las presencias ya habían sucedido a otros, tanto a mi madre como a mí hermana. Anécdotas que nos habían sido contadas por otros, que la suegra, que el cuñado de uno, que la tía del novio de otro… habían visto, habían escuchado, habían sentido “En la habitación, empezó a delinearse la sombra de un varón de alrededor de tres años, un infante trigueño, puedo recordar que se había sentado a mí lado. En el momento no había tenido reacción, y me quedé en silencio. Despacio me levanté de la cama, fui a la cocina y empecé a hablar idioteces para sacarme la imagen de la cabeza” Mi hermana, retrucó a esta historia. “Antes de que naciera Ignacio, había visto dos varones que caminaban por el comedor, y debían tener alrededor de cinco años”. Mi mamá coincidió. Todas, en algún momento de nuestra vida en esa casa, habíamos sentido la presencia de infantes que deambulaban en paz por nuestras habitaciones, por los pasillos, por los jardines. Convenimos en que ninguna de nosotras le temíamos. Sí, nos impresionaban, pero alguna cuestión interna nos decía que podíamos compartir el espacio, enlazar los dos mundos, sin temer que nadie salga lastimado. Pero la pregunta era, ¿qué hacía que los ausentes, aquellos que debían partir aún se encontraran apegados a esta tierra? Sería la misma razón que hacía de los vivientes quedarnos en lugares o conviviendo con otros que nos devuelven un lugar de aparente muerte.
Con los años, empecé a tener recurrentemente sueños, que los vivía con una sensación como si realmente parte de mi vida se desarrollara ahí adentro, en un mundo inmaterial, intangible, pero definitivamente tan cruel o tan apacible como la realidad. En aquel momento conocí la figura que me convertiría interiormente en otra Casandra de la proveniente de la mitología; la sacerdotisa de Apolo que después de la adquisición del don de la profecía y el rechazo de amor de él, fue maldecida siendo escupida su boca, lo cual hizo que poseyera su don, pero que jamás nadie crea en ella, sino que fuese tomada como una demente que se creía vidente.
“estaba mirando detrás de una especie de ventana, en una choza. Por la vegetación y la humedad abundante del espacio, supuse que estaba en alguna zona tropical, no sabía exactamente cuál era, pero me retrotraía hacia alguna selva africana. Había una mujer adentro de la choza, una mujer de cabello azabache muy largo. Vestía una túnica blanca y abría las palmas de sus manos apuntando al cenit, la desconocía. Dos hombres arrojaron líquido sobre ella, provocando una envoltura de llamas que la iban consumiendo lentamente, pero a pesar de esto, su figura seguía transparentándose entre el fuego, permanecía intacta en el tiempo y aún así comenzó a hablarme, hizo una advertencia; me pidió que no dejase que lo que amenazara me consuma, que no se hiciera realidad (Pensaba entre mí, como le estaba sucediendo a ella). Desperté y nunca pude saber con exactitud que era aquello que no debía dejar que se convierta en realidad y me consuma; ¿quiénes eran esos hombres salidos de la nada que la violentaron? ¿Quiénes debían ser los hombres de los que tendría que cuidarme en mi vida real?, ¿quiénes serían eran esos jóvenes que violentaban mi hogar o mi cuerpo? la vida que continuaba después del sueño”
Como había mencionado anteriormente, algunos dotados en el tema, no podían responder bajo ninguna teoría los fenómenos que exceden la realidad. Aquello que relataba, oscilaba entre ser la pitonisa de mis propias creencias, o el estereotipo de mujer que yo deseaba ser (según los profesionales).
A lo que no devuelve respuesta trataba de desentenderme, pero al poco tiempo volví a contemplarla, aunque en esta ocasión había trasgredido el sueño. Había ido a visitar una de mis amistades, tenía una estampita en la pared de su casa, y en seguida pude reconocerla con las palmas abiertas, la túnica y el cabello negro, caminando sobre el agua. Saqué la estampita de la pared y leí su dorso, sentí un cosquilleo en el estómago, la fecha de conmemoración coincidía con el día de mi nacimiento y si bien era una tontería, también era verdad que yo nunca la había conocido para poder inventar una historia y menos aún, que la fecha donde se realiza sus ofrendas era la misma que la de mi nacimiento. El cosquilleo en el estómago era como sentir que alguien hacía un llamado en el hombro y no se puede eludir ese “algo” que debemos escuchar. Empecé a investigar su historia y otra vez había un detalle que la hacía involucrar a mi sueño, la providencia de la imagen era de Nigeria, los esclavos negros la trajeron a Latinoamérica y aquí, la concentración más grande de su conmemoración se realiza en las playas de Salvador de Bahía, en Brasil. Ese mismo año, decidí acercarme para la fecha de mi cumpleaños a la costa del río y fui a sentarme a una roca. Vestía de blanco de pies a cabeza porque era parte del ritual y empecé a pensar en silencio, a realizar una oración como podía o como si conversara con un conocido. Creo, que como toda ingenua romántica que aún quiere creer en el amor, pedí por aquello. No pedía a nadie en especial, porque el destino no tenía nombre, sino secretos. No había podido encontrar en el camino flores blancas que también eran parte del ritual, ¡viaje con la mirada fijada en el piso, para arrancar cualquier flor por mínima que sea! pero era inquebrantable que no fuese blanca. Me retiré disculpándome de no haber podido cumplir la ofrenda al pie, repitiendo entre mí, que la búsqueda de flores fracasó antes de sentarme. Estaba apartándome del agua y delante de mí roca, al lado de mis pies apareció un gladiolo blanco. Sentí de nuevo el llamado en el hombro y salí con la idea de que había algo empezaba acercarme, pero aún no había encontrado una respuesta certera.

Los paraísos que devienen en infiernos

Al día siguiente de la ofrenda había ido a pasar unos días a un pueblo con dos de mis amigas. En aquel lugar conocí a Máximo, aquel hombre que había cambiado el curso de mi vida, o mi manera de establecer las relaciones. Integraba el ilusorio estereotipo de compañero que había visualizado. La laguna del pueblo estaba custodiada por una estatua enorme de Stella Maris. Creí que él respondía aquel interrogante sobre mi pedido del día anterior, lo que pase por alto es que estaba el interrogante y la advertencia. Mi primera impresión era dudosa, sentía que había una extraña familiaridad, un exceso de demanda de amor de su parte, teniendo en cuenta que no había un vínculo formado. Asimismo existió una fuerte conexión emocional que atraía. Lo veía niño, solitario y conmovedor, con tanto para decir, con heridas sangrando y expuestas para que alguna alma piadosa lo ayude a cerrarlas, mientras lo acurrucaban en el vientre. Era demasiado niño para tomarlo como un par en ese momento. Pero el tiempo hace de nosotros lo que él quiere que seamos, ¿quién dijo que la máquina del tiempo no existe? Pasado un año de aquel encuentro, las circunstancias me redujeron a sentirme una niña, entonces que mejor espacio que refugiarme en aquel muchacho. A los pocos meses comenzamos una relación en caída libre. Como en los sueños, nuestra cotidianeidad se tornaba tan apacible e idílica como tormentosa y cruel. La relación marchaba con altibajos, había empezado acentuarse una soledad ya conocida en otra etapa, empecé a evaluar en silencio que había viejos esquemas que empezaron a perturbarme. Los recuerdos desagradables son demasiados y la expresión en palabras resultaba inabarcable. Descubrí que no había solo un niño solitario detrás de sus ojos.
Como buen ajedrecista, aseguró que en sus jugadas posteriores no habría posibilidad de que la sierva se fuese servidora de otro rey. La temperancia y la noción de seguridad que solía tener, había empezado a ser pujada por la frustración. Caí en su juego perverso, empecé a utilizar las mismas armas con las que se imponía, las mismas leyes y castigos; y lamentablemente logró su propósito, encerrarme en un laberinto sin espejos donde perdí toda referencia de salida. Cuando dejé de ver mi rostro, encontré que la única manera de sobrevivir es convertirse en el enemigo.
Sin embargo, en medio de aquellos años volví a soñar con ella y por algún tiempo mi cuerpo estaba matizado de esta serenidad.
“La mujer de cabello negro muy largo y túnica blanca, se encontraba adentro del mar. Pero esta vez las manos no solo apuntaban al cenit, sino que me invitaban a incorporarme con ella. Ingresé, con una entrega confiada y dejé que ella tomase mis manos, que me llevase con ella mar adentro. No sentí miedo, era silenciosa y estaba rodeada de un mar en calma que aparentemente nos protegía, era una especie de vientre transparente que se abría hacia el cielo”
Viví aquel tiempo con Máximo vacilando si él era para mí ese vientre transparente y manso que protegía o era una llama que desgarraba de a poco, amenazando con destruirme. Pensaba que él era un ser idílico y cruel, era ingenuo y cínico, era un prometedor de ilusiones que por etapas, se arrepentía de los rasguños con los que marcaba su territorio.
Su personalidad era costosa de digerir, llegaba a cambiar desproporcionalmente su discurso en relación a los pocos días, trasgredía su propia ley, pasaba del amor incondicional al abandono, pero el nivel sobreestimado de manipulación lo llevaba a pedir en lágrimas ser recibido, se autocalificaba descalificándose para reparar lo destruido, remachaba cada acto con arrepentimiento; palabra que prefiero mencionarla en contadas ocasiones; ya que entre el arrepentimiento, la hipocresía o la idiotez, no encuentro la más mínima diferencia. Es más, había llegado a la conclusión que la palabra “Perdón” era un insulto a la ética, una deformación de la propia etimología de la palabra.
Me pregunto quién es él en realidad, o si es las dos personas al mismo tiempo. Incondicional como las manos que me tomaban apuntando al cénit, o si es aquel muchacho que ahogaba en llamas a la mujer; una persona que oscila entre el amor y la provocación sin un mínimo rastro de autocrítica o remembranza. ¿Con quién dormía? ¿A quién le volvía a creer? ¿O acaso yo me estaba me estaba carcomiéndome a mí misma, como la serpiente que se come su propia cola para volver a renacer? O la última opción… era la de haber sido la creadora de mi propio demonio.

La ofrenda

Conocí una mujer que me llevó al templo. Cuando ingresé me encontré en un espacio humilde, había unas cuantas personas a parte de nosotras. Uno de ellos, el hombre mayor, se hacía llamar “El baba”; era el abuelo de religión de uno de los muchachos, padre y esposo de algunos de los que estaban allí. Me invitaron para el armado de la barca, una barca repleta de frutas frescas cortadas, adornada con cintas blancas y celestes cruzándose por el mástil… maíz inflado hilado en guirnaldas, unos cuantos litros de perfume volcado en su interior… y dentro de la barca las cartas, los deseos de los presentes enterrados en el fondo de ella.
Empezaron la ceremonia. Me vestí de blanco de pies a cabeza como todos. Una de las mujeres se acercó al centro y comenzó a girar, mientras alrededor suyo acompasábamos su ritmo con ladeo de las caderas y un cántico en portugués que no llegué a aprenderlo. Su forma de caminar fue tornándose, empezó a emanar una especie de gemidos, y a cada uno de los que pasaba al centro junto a ella, les hacía una danza con la pollera. Fue mi momento, y se quedó un rato considerable bailando y haciendo una purificación de mi cuerpo azuzándome con su pollera, mientras ellos continuaban acompañando la danza con los cánticos, dos de ellos tocaban, un bongó y además un cajón peruano. Era una ceremonia alegre que contraponía a los prejuicios instalados por los ortodoxos católicos, recordé la expresión de otras religiones donde la danza es un ritual que merece respeto y aquellos dogmatismos que al parecer pierden credibilidad con el tiempo, seguían atravesando la conducta, aún hoy reverberaban en el inconsciente colectivo, aceptar el sufrimiento por la razón de emerger de un coito, sobre poner la otra mejilla corriendo el riesgo de que el otro se quede con nuestro el pellejo en carne viva, o con la cabeza estrolada contra la pared; de amar hasta la muerte, como si fuese posible una convivencia armónica entre eros y tanatos, una postura estoica hacia la alegría y una lealtad de hierro a la amargura ¿cuál es la razón de ser entonces en este esquema? un filósofo decía “ Si Jesús resucitara se arrepentiría de su propia doctrina” y era así, entre la parábola y la institución había una fractura notoria y contradictoria si se empezaba a indagar en la historia. No quería caer en la red de ningún fanatismo, pero si disfrutaba ser parte de como cada una de las religiones expresaba su devoción, la construcción más visceral de la fe y en la fe estaban los lazos más intensos con la esperanza, con el amor, allí se delataba la fractura de ser parte de una institución que promulgaba la subordinación. Y a pesar de esto, estaba enceguecida y presa de las mismas razones que cuestionaba.
El ente se retiro del cuerpo de la mujer y de allí partimos hacia el río. Ingresamos en fila, cantando. Más allá del goce de ser parte de la ceremonia, una natural desconfianza ponía en duda las cosas que habían sucedido, aunque admito que me gusta jugar a creer por un rato, aún así no dejaba de sentir la piel erizada de un romanticismo particular con aquella figura, permitía aflorar rituales antiguos que de algún modo me pertenecían.

La gitana o la neurosis

El “baba” volvió a comunicarse conmigo, me encontré con él una semana después. Dijo que necesitaba verme. Volví a ver a todas aquellas desconocidas personas con las que había compartido el día. Ingresé a su especie de “confesionario” y entonces me preguntó cómo me había sentido, y después me comentó porque me había llamado, una vez que confesé porque yo no sabiendo nada sobre aquella religión, tenía tanto interés por aquella imagen. Entonces empecé a contarle cuantas veces había soñado con ella, incluso antes de tener conocimiento sobre su existencia; los objetos que fueron brindados por personas que me rodeaban, donde también sucedía que ellos no sabían cuál era mi relación tenía con la imagen; y las acciones que se manifestaron cada vez que realizaba una ofrenda teniendo en cuenta que nunca mis acercamientos se llevaban a término sin su protocolo correspondiente. Fue entonces cuando me devolvió el día que había asistido a la ceremonia, había observado que me encontrada custodiada de dos entes, una protectora de agua, pero por otro lado, un ente de fuego, que estaba pegada a mi espalda, una gitana descendida de andacía. Me dijo que la gitana no debería estar pegada a mi lado, porque iba a coartarme, absorbiéndome la energía, y balanceándola hacia decisiones equivocadas; que iba a lastimar a muchas personas que tenía a mi lado porque tenía dos seres conviviendo en mi cuerpo, ya que tenía una canal de mediumnidad abierto… por lo tanto debería cerrarlo.
Seguí hablando durante las cuatro horas siguientes. Salí de allí riendo, porque hablaba con un profeta de Villa domínico que se había armado un templo en su casa; al mismo tiempo estaba muy asustada, me sentía poseída. Me habló de todas las cosas que me iban a suceder si yo no potenciaba ese canal o lo cerraba. Me acordé de mis tías y maldije que no estuviesen en vida para poder escucharme. Quería ser racional y reírme de tener tras de mi culo una gitana colgada. Quería contar con un teléfono en mano para contarle a mi pareja que en realidad siempre se estuvo acostando con tres mujeres y que como ellas me balancean muchas de las cosas que digo, no soy yo y son ellas. Pero justamente esa noche estaba sola, porque Máximo trabajaba de trasnoche. Fue duro apagar la luz y poder pegar un ojo, sin temer a escuchar alguna voz externa que me hable y me ocasionara un colapso, o girar en la cama y rozar con cabellos ajenos. Ese hombre había logrado en mí, poner en tela de juicio mi propio criterio y sentido común; porque pese a que no lograba creer del todo en lo que me había advertido, tampoco podía dejar de recordar las situaciones que yo había experimentado antes de conocer ese templo. De todas formas elegí no volver nunca más. Así resolvía las cosas que me dolían muy profundamente, extrayéndolas de raíz; y esto se aplicaba a las personas. Nunca entendí del todo ese mecanismo, pero a veces me sorprendía para bien y para mal. Tenía una capacidad para romper los vínculos sin dejar pasar un mínimo de nostalgia. Temía que fuese una omisión, la fachada de las emociones irresolutas. Pero bueno, servía para seguir adelante y punto; el único problema es cuando el otro cae en la obsesión y no hay punto que valga.

Aquel primer día que soñé con la figura de la mujer, y lo presenté como una redacción. Cuando empecé a crecer, me sentí perseguida de mis propias creaciones. Yo había situado en aquella redacción a la mujer con veinticinco años. Aquella mujer era morena, de ojos oscuros casi negros; al mis veinticinco estaba físicamente aspectada como la mujer de mi relato. Pero mi fantasma era que yo la había hecho quemar viva, quemada por pensar transgredir normas (Como las “hechiceras” del oscurantismo) según sus enemigos. Me preguntaba una vez más, si esto no era simbolización de los propios demonios que se construyen las personas para auto boicotearse. Si los demonios en el occidente del siglo veinte se habían denominado “Neurosis”. Si la expresión de aquella quema, era el castigo por la confianza entregada en demasía o la inversa, el castigo por querer transgredir alguna persona que en algún momento pasó por mi lado depositando su confianza. Tenía miedo, me sentía incomprendida y que nadie, como dije tantas veces, ni aquellos dotados en el tema podrían responderlos fenómenos y la relación con nuestro psiquismo, con el destino que trazan las causalidades. ¿Dónde queda delimitada la arista que separa la espiritualidad de la construcción mental? Cuando vemos a un espíritu, una luz en medio del campo, u oímos un llamado, un sonido gutural, cuando sentimos un calor o escalofrío repentino en la piel, ¿qué significa? Que son construcciones del pasado o energías que irrumpen en nuestra dimensión. ¡Había cosas que existen, las vi, lo juro! ¿Era así? No se… ¿yo era una protegida por una nutricia diosa del mar y una gitana atorranta? ¿Tenía un canal de mediumnidad abierto que hacía que los entes ingresaran en mí o solo era que emanaba un aire de promiscuidad? O quizá en todas los seres humanos, la constitución de la genética nos podría hacer sobreprotectores, incondicionales, pero impulsivos y destructivos; dependiendo de los factores y las relaciones que sucumben las etapas de la vida.
En este momento de la relación que formaba parte, sentía una infelicidad y frustración de provocaciones cada vez mayores, oscilaciones y mentiras, cambios de estado, de palabras, caminaba entre brasas, el perdón no existía, había rencor de ambas partes, la relación era una guerra interminable. Desde hacía muchos tiempo me ví obligada a convivir con viejos fantasmas; fantasmas que me acompañaban hacía años, que él me los había presentado, fantasmas que en los ratos libres él seguía construyendo, incluso a costa de la inseguridad y el dolor que conlleva; tratándome de inducirme a que acepte el dolor como forma de vida, adaptarme a su medida a través de la manipulación del sentimiento. Era una herida que no cerraba, y que Máximo salaba a lo largo del tiempo para recordarle a mis nervios que trabajen incansablemente en destruirme la tranquilidad, para así salvaguardar su miserable y acotada autoconfianza y mantener el control. Había un apego enfermo a lo que la relación había sido en un principio, a veces ese desborde queda confundido con el amor. Me costaba tomar la decisión de separarme por completo, porque él se transformaba, se calzaba el disfraz de víctima e ideal que me hacía sentir culpable o que nunca podría volver a restituir una relación, palabras inductivas que él traía a la mesa. Llegué a desear el llegar a un estado de invisibilidad del sentimiento y que toda esta vinculación con él fuese detenida por algo o alguien externo que impida que algo peor suceda, lo fue. Las últimas ocasiones las amenazas eran constantes, como todo rey sin corona, denigraba insultando con el vocabulario más grosero que atraviesa su acotado espectro de argumentación. Por cada jugada, doblaba la apuesta, porque los reyes sin corona deben ir por la vida pisando la cabeza para ganar el respeto que no pueden imponer con su sola presencia. Mi reacción fue aún más desmedida, porque la única defensa que encontraba era introducir sus reacciones y devolviéndolas con un mayor grado de transgresión para no sentirme sometida. Me apropié de todo lo que me provocaron los años compartidos, y la mente estalló en milésimas de partes ¿por qué me tocaba siempre la peor parte de su historia con él?, ¿por qué tenía que ser la mujer que cobró todos los maltratos de sus frustraciones? Fueron segundos donde ya separada de aquel instante y de aquella persona, me vi desbordada, vi a una mujer que no era yo, pero si lo había sido, desgraciadamente me había convertido por unos segundos en una persona desagradable y enferma, despersonalizada; confundida de rencor y odio depositado en la persona que supuestamente “amaba”. Pasaron tres días y Máximo volvió a tomar la decisión de entramparme en su ausencia, aquella que nunca podía predecir, porque nuestra relación era una tormenta en el ojo del huracán, que se despeja para volver a azotar cuando uno menos se lo espera. Eso era Máximo para mí en ese momento, un desborde de la naturaleza que me dejaba sin más remedio que tragarme la angustia de aceptar la soledad que generaba lo inevitable, pero no por una cuestión de nostalgia sino por el atragantamiento de las palabras, la latencia de un suelo inestable que permanentemente desestabiliza. Las rupturas se realizaban cuando él disponía y no permitía, no concebía no ser elegido, no recibido incluso después de generar los motivos para que otro prefiera su distancia, transgredía las mismas leyes que imponía, su nivel bajísimo de consideración hacían que odie la mitad de su alma. Llegué al límite de detestarlo, o detestar a la personalidad destructiva que convivía en su cuerpo, aquella que no recordaba que había pactado conmigo y con la elección de haberlo elegido como pareja, como amigo, como amante, como futuro. Llegué a odiarme a mí misma, porque lo había dejado entrar en mi vida, aún después de innumerables rechazos y desilusiones, me auto reprochaba no haber escuchado mis percepciones antes que a sus llamadas telefónicas, desde aquel día que lo había conocido. Podía ver detrás de sus ojos un ser detenido en el tiempo y la tristeza, colmado de rencor y aquello lo cobraba en mi cuerpo, en mi mente, en las anteriores que estuvieron en mi lugar, una trampa con doble moral, lengua de serpiente venenosa, un narcisista potenciado por su familia, donde la injusticia y el autoengaño quedaba atrapado bajo el escombro de lo no dicho, de la carencia en la búsqueda de recursos y voluntad para cambiar la oscuridad; sosteniéndose entre las mentiras que construyen para no salir de ese laberinto sin espejos; donde yo había quedado atrapada y sin reconocer a ninguno de ellos, ya que hoy en día como tantas veces, no podía encontrar un mínimo indicio para saber donde quedaba parada en aquel infierno donde me había sumergido, con la falsa titularidad de llamarlo “amor”, palabra peligrosa que salía a borbotones de su boca, ¡ni la menor idea de los litros de lágrimas que desbordaron de mí desde que nos habíamos emparentado! mi idea del amor fue distorsionándose. Hoy en día me pregunto qué era lo que me había enamorado ¿Me enamoré de su discurso estratégico y no de la persona? ¿Me enamoré de lo que quise creer? ¿de la obsesión? pero tenía la misma facilidad para sacarme de su vida, o hacerme presente siempre a las “otras” para que nunca tenga la tranquilidad de ser la única, y así me demostraba lo insignificante que le resultaba; entonces esta posición se volvía un castillo de arena que podía por un momento pasajero formar una estructura que nunca podría sostenerse en la realidad, porque aquel elemento no nace para eso y simula que puede hacerlo aunque nunca lo será. Maldije a la psicología que me hacía pensar que debía ser tolerante con las personas. Tardé demasiado tiempo en sacarlo de mi lado, lo traté como un hijito abandonado y rebelde del cual me hacía cargo, cuando debería haberlo mandado a guardar con la suya; como aquel niño desolado y sin repuestas que mira a su alrededor, así lo había descripto con ternura cuando lo conocí. Pero yo no era su madre, era la pareja y esto lo había entendido a fuerza de mucho dolor, ¡confundí todos los esquemas! desde que la procedencia de mi madre-niña rebelde y aquella forma de vinculación, de escena tortuosa, la estaba repitiendo con Máximo, un hombre que sigue siendo niño, sin pertenencia, que deambulaba por los hogares de la gente buscando lo que pueda sacar provecho.
Alguna vez me alertaron con una frase que quedó resonando en mi cabeza. “entre un miserable y un inseguro, quedate siempre con él miserable, porque es fiel a su naturaleza y uno juega a las cartas sabiendo quien está enfrente; a lo sumo, uno juega con la esperanza de que puede cambiarlo con amor, teniendo la certeza de que cuando uno menos se lo espera, se escapará por la puerta trasera. Pero un inseguro es un pobre tipo que porque no tiene una personalidad definida, adopta personalidades para que su pobrísimo autocontrol no se le vaya de las manos”.
La vida nos junta con la podredumbre o con la paz con la que está pintada el alma; y él ya no sería más mi problema. Hacía demasiado tiempo que yo misma me había vendado los ojos; pero era tanta la podredumbre que me envolvía, que aquella venda terminó de desgarrarse para siempre.
A decir verdad empezó a pesarme la edad y aquella ilusoria visión del amor, había sido destrozada después de una efímera incursión al Tantra que a pesar de buscar potenciar la sexualidad, uno se encuentra con un erudito en opinología que reduce el enamoramiento a una receta de un laboratorio. Los veintiún años fueron los últimos que sentí holgados y posibilitados de la utopía. Entonces empezó la pirámide de los idiotas; la caída del imperio de los super-dotados, la desmitificación de los poetas, el totalitarismo contra los bohemios que viven de los recursos de otros, y la certificación del psicoanálisis, que además funciona como la declaración de la guerra a los convivientes. Después de unos cuantos años me preguntó ¿es posible amar en totalidad? ¿La maternidad desplaza la tensión, por otras presiones más tiernas que ofrecen los niños?

Cambiar la piel o un llamado al Ouroboro

Ser derrotado y ser guerrero ambivalente de la propia historia… eso me había enseñado Casandra “Todos somos un poco héroes vestidos de tontos, o un poco tontos vestidos de héroes, desnudándose mutuamente”. Había aprendido que cada tanto era bueno ser tonto, porque la hoja está en blanco, en cero otra vez.

Abandonando la pasión, se recostó distendida y agotada. Me dio de beber de sus ojos sangrantes, de esa bebida ácida y amarga que brotaba de ellos, que no eran lágrimas y no eran sangre precisamente, “así sabe la ceguera” me dijo, y bebí demasiado, me embriagué de esta para recordar por siempre lo desagradable que resulta.

¿Qué buscaba Casandra en los fantasmas ajenos, en los recovecos sin retorno?
¿Por qué le gustaba tanto husmear entre los muertos y pensar que solo reía de ello? Sabía muy bien que cuando se presenta un fantasma que resultaba semejante, era una tarea filosa, y empecinada en comprobar lo que se esconde detrás de los espectros, quedó encerrada en el laberinto sin espejos, perdiéndose a cuentagotas.

Una estela de polvareda nauseabunda envuelve el tiempo, entorpece, destruye, y después de la destrucción, la hoja en blanco en manos del tonto; esa tonta Casandra con el tiempo y la memoria calcada en la piel, asqueada por voluntad de beber la ceguera, para no volver a caer en las manos de ningún laberinto sin espejos, para no permitir que otras obscuridades se instalen decidiendo, ninguna de las dos partes sale ganando donde hay un juego perverso. Allí recordé el significado de coexistir con la gitana, y quedar atrapada en sus círculos de fuego.

Tantas mujeres irreales en mi vida… ¿qué tenían para decirme? Tantos años conviviendo con personas que no existen en el espectro real, que no podían ser capturadas por una fotografía, me hizo creer en las almas que aún siguen custodiándonos invisibilizadas. Tantas derrotas detrás de la obsesión, me hicieron creer en el azar de encomendar el amor a una barca sin destino. Y en la tierra aparentemente muerta encontraba una riqueza de silencios estrangulados, entre los enraizados que forman murallas desde la inocencia de haber sido una nervadura tierna y ondulante. Me gustaba revisar los cuartos cerrados para saber cuántos años detenidos hay bajo del polvo y hurguetear… buscando una verdad cada vez más aguda, para así deshacerme cada tanto de las viejas certezas, sin perder jamás la esencia bajo todo el desmantelamiento… aquello que nunca dejaría de existir, podría transgredir en el tiempo, siendo la autora de esos instantes que construía. El deseo por los secretos era el legado las mujeres de quienes había emergido… el camino incesante para llegar a la inmortalidad.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Ríos paralelos


Ríos paralelos

La noche en que se encontraban cenando para celebrar el nuevo año en su casaquinta de la ciudad de Campana, se desató una tormenta que elevó el nivel de las aguas del río, ellos estaban acostumbrados a que estas inconveniencias climáticas eran fuente de problemas pero no solían ocurrir grandes catástrofes, solo se empantanaban los caminos de salida y a lo sumo, no podrían pasar con el auto, porque las ruedas se patinaban y giraban sin fin hasta hundirse en una profundidad mayor. Por esa razón, se atiborraban la heladera y las alacenas con comida para mantenerse sin cuidado. Los más chicos de la familia se entretenían fuera de la casa embarrándose, armando guerras de barro y cazando los peces que quedaban atascados entre huecos que se formaban en las crecidas.
Adriana y Esteban estaban casados hacía doce años, y hacía diez habían comprado el terreno, fue un pequeño sueño en común que fue construido de a pasitos, como los dos hijos que también tenían en común, Santino y Fátima.
- ¡Entrás ya! – decía a los gritos Adriana a su hija, con la voz cansada de tanto repetir las mismas palabras
- Dejame un rato más
- Están todos adentro, además ya no está haciendo calor como para que te quedes afuera
- Ya voy
- Me tenés harta, ¡harta! Con esta costumbre de andar sola por todos lados
Fátima era la mayor de los niños. Tenía trece años, estaba entrando en la adolescencia, jugaba, aunque ya no se divertía como antes, empezaba a sentir esa timidez que arranca cuando nuestro cuerpo empieza a desarrollar los atributos que atraen al sexo opuesto mientras aún dormimos con muñecos a nuestro alrededor. Se refugiaba en su necesidad de soledad, propia de la salida de la niñez, donde todo parece un esquema tedioso y no encontramos lugar en la adultez ni en la niñez a ese incomprensible lapso de tiempo donde las hormonas empiezan a entrar en erupción. Le encantaba que la mirasen como ella no los necesitaba, como ya no la entretenía jugar con realidades imaginarias, como ya no le importaban las historias y la sobreprotección asfixiante de sus padres, le encantaba caminar meneando sus incipientes caderas de niña-mujer dirigiéndose con ese aire de insegura- soberbia, bien lejos de sus padres.
Las gotas de lluvia caían como serpentinas de agua sobre la superficie de su rostro, iban dibujándole la piel que le resaltaba la belleza cándida, pero no por eso se perdía de entrever su sensualidad, a pesar de ni tan siquiera convertirse en mujer. Se alejó unos cuantos metros fuera de la casaquinta e ingresó a una zona cubierta de álamos y rocas que bordeaban el río. Se sentó en una de ellas, sentía que contemplar el agua la conmovía como pocas cosas en el mundo, desde la fuerza destructora hasta la capacidad de nutrición, las formas envolventes tan parecidas a un halo de maternidad o a un abrazo de la misma nada, de un algodón de azúcar o de una similitud de vuelo. En el lado opuesto del río pudo ver a un muchacho acercarse salteando los baches con agua y rocas, pálido y silente, que también se detuvo a observarla pero en, seguida se retiró por el mismo camino que había ingresado. Fátima se levantó con la intención de buscarlo y presentarse, camino hacia atrás hasta llegar a un puente que cruzaba el río y cuando llegó al otro extremo vio un cuerpo verdoso-amarillento asomarse flotando, era el muchacho que había visto hacía pocos segundos acercarse a la orilla. Involuntariamente cayó hacia atrás, se contrajo su cuerpo hasta vomitar, nunca había visto en su vida un cuerpo muerto desintegrase, con un fétido y nauseabundo olor, y una piel que torna su color tan desagradablemente.
Apenas pudo recomponerse, volvió para la casaquinta para avisar a sus padres. Después de largas horas de discrepancia y espera, se encontraba toda la familia con la policía forense retirando el cuerpo del muchacho. Fátima estaba tan nerviosa que los padres accedieron a sedarla, para poder hacer de eso hecho tan siniestro descubierto por su inocente mirada, un posible descanso. Se recostó en la cama, la madre se tendió a su lado y amorosamente le corría el flequillo de los ojos con caricias; la veía tan niña, tan cándida, pero víctima de las imágenes nefastas que también hacen a la vida, la tragedia, el dolor y la muerte. Se durmió con facilidad y esa noche tuvo un sueño con el muchacho delante de sus ojos, en las rocas, tal como lo había divisado antes de encontrarlo muerto. No pasaba más que aquello que había vivenciado. Al día siguiente se levanto relajada y después del desayuno, salió de la casa y volvió a dirigirse al puente, había alguna sensación que percibía pululando cerca del accidente; salto las rocas, el agua ya había descendido su nivel. Caminó atravesando el puente y del otro lado encontró un perro olfateando el lugar donde el muchacho había quedado encastrado. Santino la había seguido por detrás, sin aviso, pero a pesar de eso, no fue justamente al lado de su hermana, miraba como ella se entretenía con el perro mientras él, con una caña de pescar, se sentó a pasar el tiempo tratando de cazar alguna criatura. Ninguno de los dos hermanos comentaron en la cena que es lo que habían hecho durante todo el día, los padres estaban notablemente absortos desde el día que encontraron el cadáver, ya que tenían miedo por la niña, que había jurado haberlo visto, idea que resultaba inconcebible por que los forenses calcularon casi una semana de su fallecimiento.
Esa noche Santino soñó con el perro y el muchacho, ambos jugando juntos por la ribera opuesta a su casa, él también era parte del sueño, con la diferencia – como sucede en los sueños – Santino tenía el pelo largo y lacio, castaño oscuro, igual al cabello de su hermana, como si en la figura de él se condensaran las personalidades de ambos. Aquel, que era él mismo se introducía en las aguas del río, donde encontraba una niña de cabello rubio sumergida nadando en forma circular; era pequeña y virginal, reía exhalando burbujas; la imagen de Santino ascendía desde la profundidad hasta la superficie nadando hacia la orilla donde encuentra al muchacho, que se encontraba alzando el brazo señalando a las pequeña sumergida, que imperceptiblemente iban alterándose sus rasgos hasta convertirse en un espectro perverso. Se despertó sudando y angustiado. Con el correr del reloj, encontró el momento para contárselo a su madre. Adriana sentía culpa por sus hijos, estaba empezando a pensar en volver antes de lo previsto para sacarlos del foco del accidente, tenía temor a que aquello que habían presenciado causará traumas en un corto tiempo. Fátima estaba presente cuando el niño le contaba su sueño a la madre y esa tarde decidieron ir juntos al puente. Se sentaron allí con la caña de pescar, Santino empezó a quejarse del olor a podredumbre que había por los peces muertos
- ¡Picó! – gritó Fátima – ayudame, dale, es enorme
- ¡No tirés tan fuerte!, me vas romper la caña
- Dejame, salí, vas a hacer que se me escape
- ¡Me la vas a romper! ¡Soltá!
La caña se quebró, después de minutos de insultos de parte de Santino, los dos pudieron ver que la tanza que formaba parte de la caña, continuaba flotando en el agua, la sacaron y entonces sintieron la resistencia, se ayudaron para tratar de arrancarla hasta que Fátima se arrojó dentro del agua y pudo ver que por debajo y atascado entre las rocas, estaba el perro que el otro día habían visto corretear. Volvieron hasta su casa y contaron a sus padres. Esteban retiro el cuerpo del perro y esa tarde lo enterraron alejado de la casa, ya era suficiente muerte en un mismo lugar.
- Vámonos de acá, volvamos a casa, estoy preocupada por los chicos, no quiero que vean más nada que los horrorice – le pedía Adriana a su marido mientras estaban acostados en la cama-
- No les va a pasar nada
- Pero no se… ya no me siento cómoda yo tampoco, es espantoso
- No es nada
- ¡No es nada, no es nada! – empezó a gritarle malhumorada- ¿no te das cuenta que son chicos? no están acostumbrados a ver esto, ellos lo sienten más, todos los días viene uno de los dos y me cuentan sueños horribles, yo no quiero que estén angustiados por estar en esta casa de mierda y no querer gastar unos pesos más, para sacarle esas imágenes horribles que les quedan grabadas en la cabeza
- Basta, me parece que estás exagerando, no les va a pasar nada, me voy a dormir – como todo hombre inconcluso, apagó el velador, y apagó el diálogo, dándose vuelta para evitar la confrontación-.
Al día siguiente Santino y Fátima, volvieron como de costumbre a cazar peces cerca de la rivera. Adriana se acercó a ellos con un termo para tomar mate, después de la discusión de anoche y los episodios de los accidentes, empezó a darse cuenta que estaba desatendiendo a sus hijos, basado en la estúpida seguridad que se había instalado con los años, de que a pesar de pasar una y otra vez por los mismos lugares, nada puede cambiar y dejar de ser apacible, predecible y seguro; no solo en la crianza de los niños, sino que lo pensaba por su matrimonio. En algún momento cayó en la cuenta de que ella misma no se reconocía; era una pieza fundamental en la familia pero ya no era aquella mujer que ella recordaba de los veinte años, aquella mujer que emanaba una energía inacabable, atrayente; aquella mujer comprometida con sí misma, aquella indomable muchacha que había conquistado a Esteban, justamente por la razón de ser indomable; mientras succionaba la bombilla y observaba en sus hijos el paso del tiempo, se pensó encerrada, se sentía anulada, una parte de ella quería su vida concreta y otra ansiaba rescatar del inconsciente a la joven que había sido. Esteban no estaba, no quiso participar de la tarde. Tenía la costumbre de desaparecer entre las marañas de su mente; incluso Adriana había empezado notar que la seguridad se había instalado también en su cama como la tercera en discordia, con menos carne y mayor hastío; no competía con sus contornos pero sí con la plácida e incomunicativa almohada que sostenía la cabeza de su marido, aquel que con el correr de los años se le había atrofiado la capacidad de devolver cariño o placer. De tanta segregación de pensamientos poco alentadores, se levantó furiosa a buscarlo para acabar estrellándole una serie de reproches contenidos de los últimos siete años, más o menos, desde el nacimiento de Santino. Dejó nuevamente a los chicos solos y ellos al percibir la ausencia de su madre fueron para el lado del puente a nadar. Fátima se sumergió dirigiéndose hasta unas vigas que eran el sostén del puente, las atravesó por debajo y continuó su pataleo como delfín hasta llegar a una zona de rocas amontonadas con una forma cóncava en su interior, se acercó a medida que sentía el aumento de palpitaciones en la garganta, veía un movimiento ondulando el agua, veía unos mechones rubios y el rostro borroso de una niña, se echó hacia atrás golpeándose la cabeza con las piedras que hacían la pared de la rivera, la vio huir nadando confundiéndose en una corriente de burbujas y tierra desmoronándose, la siguió a pesar del dolor y el mareo, la pequeña se daba vuelta a mirarla y aumentada la velocidad de nado, Fátima continuaba casi con los pulmones vacíos, pero si se detenía, corría el riesgo de perderla por completo, de que se vuelva a repetir un accidente inexplicable, ella empezaba a temer lo que pensarían sus padres, la niña se detuvo y la tomó de los brazos, Fátima entró en pánico, estaba muy lejos de su hermano, sin aire ya para seguir y aquella que la detenía en lo hondo, intentó soltarse pero la niña tenía una fuerza fuera de lo normal para su tamaño, se acercó a la boca de Fátima y a través de la suya, le pasó aire como hacen los rescatistas, volvió a nadar sin soltarla de la mano y la insertó en una fosa, vio un cadáver, uno más, no se veía su rostro en totalidad y la niña la empujo para que de un sacudón ascendiera a la superficie. Inhaló con fuerza y con su cuerpo a punto de desvanecerse. Santino la había corrido por los bordes y se lanzó al agua para ayudar a retirarla; ella explicó lo que había visto, le hablo de la pequeña, él la recordaba, la recordaba en sueños, pero era diferente en aquello referente a la mutación que había sufrido su rostro; ambos decidieron no contar nada, estaban asustados, desconcertados, ¿cómo explicar un suceso que no tiene una constancia de realidad? ¿Cómo se hace para probar que las figuras que se entrometen en los sueños son capaces de entorpecer e intimidar la realidad del soñante? Los espectros eran crueles, quizá, más de lo que uno cree posible, basta que se perciban encima del cuerpo, amenazando con destruir los muros de la comprensión de la realidad física, del complejo mundo de convenciones que arma el ser humano para integrarse en sociedad. Prefirieron guardar el secreto, esa noche, cenaron evitando cualquier tipo de conversación, que pusiese delatar el estado de ánimo o alguna inquietud que pueda ser cuestionada por los padres.
En medio de la madrugada, se juntaron ambos hermanos en la habitación de ella, con un silencio inalterable. Cargaron en la mochila una linterna sumergible, un snorkel, sogas, una navaja y demás herramientas para recoger el cuerpo o defenderse. Se escaparon por la ventana, previamente tornaron la puerta de la habitación de los padres para ver si estaban bien dormidos. Afuera se oía solo la agitación de las hojas entre sí, y los vaivenes del agua que golpeaban la ribera. Caminaron como religiosamente se dirigían todos los días hacia el puente. Santino ató a la cintura de Fátima una cuerda que se sostendría en el otro extremo, atada en una de las barandas del puente, ella solo bajó con la linterna y se sumergió, acordaron previamente que la recogería si sentía que ella sacudía la soga. Nunca en su vida había ingresado en el agua a estas horas, las palpitaciones iban en aumento, incluso mayores a cuando había descubierto a la niña, será que la oscuridad es un fantasma al que estamos acostumbrados mientras no cambiamos de cuarto, la sensación presente era comparable a la de encontrarse flotando en un útero impávido, un estado nebuloso transitado, un mal recuerdo, o una metáfora de la soledad. La linterna a la altura de su pómulo izquierdo, y el snorkel titubeante reflejaban el pavor de volver a encontrarse a esa niña proveniente de algún limbo, esa enlazadora de mundos que cobrara en ese instante la forma de una virgen novata, pero que de la misma forma que en el sueño podría tornar sus rasgos y volverse una criatura siniestra. Fátima veía un círculo de luz interrumpido de hojas, insectos minúsculos, peces, burbujas, puntos indefinidos que la hacían permanentemente pensar en impulsarse a la superficie y acabar con esto de una vez. Estaba llegando a la zona de la fosa, ahí veía sobresalir los dedos hinchados y morados del cadáver, todavía estaba intacto y más hinchado de lo que había visto por última vez, tomó una soga auxiliar y la trató de atar a su mano, hacía un equilibrio para tratar de conciliar la linterna y la cuerda para poder ver y sacar el cadáver, le tomaba la mano una y otra vez hasta que entró en razón que la mano, la del cadáver, la intentaba tomar, pero no podía porque era una especie de holograma. Con lentitud, paso su mano atravesando el torso del hombre, ilumino su rostro y pudo ver en él a su padre, aquel era su padre, o un holograma de su padre muerto. Apoyó el pie en el piso embarrado y se impulsó a la superficie, buscó a su hermano, lo llamó, entró corriendo a la casa dejando tirados en el pasto todo lo que habían llevado.
- ¡Santi! Santi, volvé…¡¡Santi!!...ma…ma…mamá – entró golpeando la puerta a habitación de sus padres-.
Se quedó impactada y ahogada de silencio, la cama de los padres estaba hecha, sin ellos durmiendo dentro de ella. Buscó a su hermano en su pieza, y por segunda vez, vió que no existía ninguna cama dentro de ese cuarto. Allí donde Santino dormía hasta hace algunas horas, se había transformado en un cuarto vacío, había una caja con herramientas y una escalera. Salió corriendo para su pieza, estaba su cama, tal como la había dejado; deshecha, con las sábanas cayendo al piso, una foto de su familia sobre la mesa de luz, estaba ella con veinte años más en su rostro y sus madre en silla de ruedas; una niña rubia en sus brazos. Salió de la habitación hacia el baño, ¿dónde estaban guardados sus trece años? El espejo reflejaba una mujer de cuarenta años, una Fátima de cuarenta años, una Fátima desconocida y sin pasado, sin testigos, ahogada de silencio o rebalsada de el, a esta instancia desconocía la diferencia. Salió de su casa, y el sol rajaba la tierra; rajaba aquella tierra que se suponía que estaba siendo hasta hace momentos alumbrada por la luz de la luna. Caminó con la mirada perdida hacia el río, no había cadáver, no había hermano ya, ni padre, había tomada una foto de una madre que había transcurrido más de la mitad de su vida con el recuerdo de los primeros trece años de crianza. La niña rubia tampoco estaba. Estaba el río… como religiosamente estaba cada día, en los sueños o en la realidad física, con espectros y con cadáveres; pero allí, intacto e inamovible, era el único recuerdo que poseía un hilo de cordura; o el limbo donde quedaban atrapados sus recuerdos.

miércoles, 8 de diciembre de 2010


Los bandoneonistas




Ninguno de los bandoneonistas volvió a tocar. La última luz que resplandeció en el bodegón de Olavarría fue apagada en 1948 cerca de la medianoche por el Tte. Gral. Alcorta, que sacó a Fermín Aráoz a garrotazos por la puerta trasera, en el momento que se disponía a tocar el bandoneón, el instrumento que fue silenciado aquel 11 de agosto, hasta el retorno de su bisnieto desde la ciudad de Galicia.
Martín Aráoz, se sentía más gallego que argentino y al día de hoy era el único heredero. Reabrió el bodegón en Agosto de 1999, casualmente en el mismo mes en que había sido cerrado; con la diferencia de que habían pasado cincuenta años del secuestro de su bisabuelo. Martín no era de izquierda ni de derecha, tampoco miraba para atrás, abstemio de su propia historia, nunca pregunto ni le contaron… descendía de un pequeño mundo de secretos familiares que se llevan a la tumba con los muertos de turno.
A los días siguientes de abrir el bodegón, una serie de rastros obligaron a indagar aquello había sucedido, ocurrió una tarde que había comenzado por arrojar a la basura las innumerables cajas y columnas de cartones que se balanceaban haciendo equilibrio entre ellas mismas y contra la pared, unas detrás de otras como si se multiplicaran. En las últimas columnas encontró una puerta obstruida por las mismas cajas, las arrojó; en la pared anterior pudo ver agujeros que parecerían con toda certeza, balas detonadas; siguió la línea de agujeros hasta el cuarto contiguo ingresando por la puerta que acababa de liberar, se hallaba la cocina, con el suelo cubierto de herramientas que desconocía, eran muchas y todas se encontraban dispersadas a lo largo del piso, además de un bandoneón deshecho, con las teclas salidas y diseminadas alrededor del instrumento. Sobre las cuatro paredes de la cocina encontró escrito “viejo hijo de puta” y una serie de repetidos hijos de puta, el cuarto observado desde el marco de la puerta se transformaba en una imagen tétrica, que se encontraba entre lo nefasto, lo imponente y siniestro; anonadado, en un estado de desesperación e incertidumbre, se preguntaba ¿Quién era Fermín? ¿Por qué un viejo inofensivo de una bodega tendría esas inscripciones dedicadas en las paredes? ¿O acaso Fermín había sido un caso más de la represión?
Llamó a su abuela, Clara, que era la única persona de su familia con la que tenía contacto reiteradamente. Martín sabía que ella había trabajado en el bodegón hasta los quince años y que después fue trasladada para la zona de San Isidro por su propio padre

Contestó el teléfono.

- Hola abuela
- Hola, ¿hola?
- Soy Martín abuela
- ¡Martín! Mi amor, ¿cuándo llegaste?
- La semana pasada
- ¡Como sos! No pasaste para saludarme
- Si abuela, voy a tratar de pasar el fin de semana, te llamo en realidad para hacerte una pregunta
- Si, decime
- Decime… ¿Vos estabas cuando llevaron al bisabuelo?
- No
- ¿Sabes si además de que se lo llevaran pasó algo?
- ¡Ay Martin! Después de tantos años
- ¿Sabes?
- ¿Vas a venir a visitarme? ¿El sábado? No, no, mejor venís el domingo y te hago el almuerzo, el sábado tengo yoga y un retiro con mis compañeras en el jar...
- Me contestas por favor… sabes algo…te llamaba porque me acabo de encontrar con el bodegón lleno de mugre, las paredes escritas, todo revuelto, roto en el piso
- vivió conmigo, hasta que yo cumplí ocho años, todavía estaba mi mamá, un día discutieron y…no sé, creo que estoy inventando porque en realidad no me acuerdo, ¡yo era tan chica!
- Decime la verdad
- Ay Martín, Martín…no se hijo, no me acuerdo, yo era muy chica, tengo 84 años, no me acuerdo… no es que no quiero… haceme el favor, limpia todo lo que encuentres, pinta las paredes y deja todo como está ¿para qué querés revolver?…abrí el negocio y a otra cosa mariposa, te abrís un estudio jurídico
- Abuela yo no soy abogado
- Bueno, un estudio contable
- Deje 3° año de veterinaria
- ¡Bueeno! ¡Un lugar para trabajar! …además ¿por qué no venís a ver a mí que estoy viva? No te preocupes tanto por los muertos…uno tiene que ver a la gente cuando está viva… ¿sabes qué? Sos un desa-grade-cido, igual que tu mamá, porque eso de estar pendiente de los muertos, de nuestro lado no se hereda, siempre preguntando por los demás ¡ahora! Por mí, bien gracias, vas a ver cuando me muera vos vas a estar llorando como un condenado para la mirada de los demás… -suena el tono de corte- ¡Martín…Martín!

La mamá de Martín estaba en chile y no había otro familiar vivo o disponible que pudiera esclarecer lo que había sucedido en Olavarría. Se resigno a esperar el fin de semana y almorzar con Clara; mientras aguardaban los días, dejó suspendida la limpieza y se abocó a recorrer el barrio, para poder socializar con los vecinos aledaños.
Era temprano, salió solo a caminar, a caminar solo, a observar. Hizo dos cuadras por la calle Suárez pasando la calle de Regimiento de los Patricios, no había gente, solo dos señoras mayores tomando mate en un balcón, dobló la calle para ver si encontraba alguna persona del barrio, tomó Práctico Póliza pasando por una de las puertas de la bombonera y retornó por Olavarría, a mitad de cuadra vio una puerta de garaje abierta y adentró un hombre que estaba sentado en una silla destartalada vendiendo antigüedades, algo parecido a un mercado de pulgas, pero mucho más humilde

- Buen día
- Buenos días, ¿sí?
- Hola, que tal ¿podría mirar?
- ¡Por supuesto hijo!
- ¡Qué bárbaro! Exactamente la misma que hay en la casa de mi abuela (tomaba entre las manos unas guirnaldas de cristal de roca que colgaban de una araña)
- Seguro…acá vas a encontrar de todo, lo que se te ocurra
- Sí, estoy empezando a darme cuenta …¿sabe qué? yo soy Martín, no me conoce, pero soy el bisnieto de Fermín,
- ¡Noooo, mira! El mundo es una pañuelo, bah, vivían acá ¿qué haces pibe? Tantos años…ni sabía que tenía nietos…a tu abuela la vi…cuando cumplió ¿quince?
- ¿usted lo conocía?
- No mucho, mi papá sí, mi papá falleció hace veinte años igual, él era íntimo amigo de él
- ¿Y usted que sabe de él? Le pregunto porque en este momento no está nadie de mi familia y la verdad yo me vine a hacer cargo del negocio…nunca me contaron mucho y… ¡qué sé yo!... Uno quiere estar al tanto de los amigos… del barrio
- Mira hijo, no te voy a poder ayudar, yo no sé, mi viejo era… ¿sabes qué? Hay una señora que te podría orientar, se llama cristina, ¿ves la otra cuadra? La puerta negra, toca el timbre, ella capaz te puede contar algo, creo que se llevaban bien, si se acuerda, es una señora grande…
- Bueno gracias, ¿su nombre don?
- René
- Gracias René
- De nada hijo

Se dirigió a la puerta caminando por Olavarría, tocó el timbre

- Hola
- Hola… ¿señora cristina?
- Si, ¿quién es?
- Me llamo Martín…Martín Aráoz, soy el bisnieto de Fermín del bodegón
- (hace un asentimiento con la cabeza) ¿qué querés?
- puedo hacerle una pregunta, recién llego de España, para encargarme del negocio, no puedo encontrar a alguien que me ponga al tanto de algo…
- ¿Y por qué no preguntas a tu abuela?
- No se acuerda, dice eso, lo dudo…pero bueno, sabe, nada más me gustaría saber un poquito del barrio…de él, como funcionaba el lugar
- ¿El barrio? Bien… funciona como cualquier barrio y el tocaba el bandoneón, atendía el negocio…
- Sí, pero… le pregunto porque encontré muchas cosas rotas, papeles… una serie de cositas llamativas, no sé, me gustaría saber un poco lo que paso por acá
- Estoy un poco ocupada, además no sé, ni siquiera sabía que Fermín había tenido nietos
- Yo la entiendo, cae un pibe cualquiera, ero realmente le pido, si quiere comuníquese con mi abuela, para que se sienta más tranquila, anote el teléfono…
- No, está bien
- yo solo quería saber si usted podría saber algo, es más, René, ¿René puede ser? Me dijo que viniera a preguntarle a usted que conocía a Fermín, primero…
- Está bien, bueno…vení, pasa

Lo hace ingresar, cristina se encuentra en una silla de ruedas, es una mujer muy grande, con la cabeza cubierta de canas color plata, en el rostro descansaban unos anteojos de marco de carey gruesos, antiguos y su cuerpo esquelético se escurría entre la camisola de flores. A Martín le inspiraba tristeza, la vejez le resultaba conmovedora cuando se la transitaba en soledad, porque la vejez era para él el mismo estado de la niñez de un pequeño con discapacidades motrices, el tiempo y la imaginación al servicio…¿de quién? ¿Al servicio de quién? En Cristina veía a su abuela, mejor dicho, a la soledad de su abuela, a la ansiedad y la alegría desbordante con que espera a su nieto para compartir un mate, un miserable mate, una succión de segundos de una bombillita de metal, un “¿cómo estás?” y una respuesta conformista o no, pero una respuesta al fin, que corrobore que soy alguien porque hay “un otro” que me constituye que aún estoy vivo, “un otro” que tengo que esperar o que me espera para compartir y me otorga longevidad, no eran las pastillas de la presión que la salvaban de que las arterias no estallen, era esa simpleza tan obvia que quedaba invisibilizada, esa simpleza que era sentirse necesitado, querido hasta el fin de los días. Martín se sentó en una silla de hierro que formaba parte del pequeñísimo comedor. Cristina, se movía con soltura y rapidez a pesar de estar atada a la silla de ruedas

- ¿Tomás mate?
- No, si…bueno si, no tengo la costumbre
- ¿Hace cuanto llegaste?
- Una semana y pico
- ¿Y tú mama?
- Esta en chile trabajando en una agencia de noticias
- ¿Y vos? ¿Acá de que vas a vivir?
- Y… tenía pensado abrir el negocio pero me encontré en la cocina o lo que queda… sabe, lo que más me llamó la atención es que encontré inscripciones, puteadas bah, supongo que a él, entonces eso me hizo ruido…me quedé sorprendido, ¿qué es lo que paso?
- Tenía un bar…un bodegón de barrio, servía algunas bebidas, algunas comidas, entraban pocas personas, iban los mismos todos los días, no sé si le alcanzaba para vivir y tenía un compañero que tocaba con él el bandoneón
- ¿Y sabe si alguna vez paso algo?
- No… se que a tu abuela se la llevaron para protegerla a una casa en san Isidro, se casó con el hijo del dueño, tu abuelo
- ¿Protegerla de qué?
- No se
- ¿Y a esa familia sabe cómo llegó?
- no sé
- ¿Y las puteadas, hubo algún quilombo ese día?
- La verdad que no se
- por favor se lo pido, todos me contestan lo mismo ¿nadie sabe nada? ¿no vieron nada? hay un cuarto tapizado de puteadas gigantes escritas y nadie sabe nada, ¿quién las escribió entonces? nadie, solas aparecen
- Bueno querido, no te enojes, yo no tengo nada que ver con lo que no te cuentan...lo único que se, es que se lo llevaron en el año 68´…un comando y no se quienes eran, no se supo más nada… bueno, me tengo que ir a ver la comida
- Bueno gracias, disculpe que la moleste
- Por favor
- Chau
- Hasta pronto

Se retiro de la casa de Cristina, volvió para el negocio y esa noche volvió a llamar a su abuela.

- Abuela vos te estás haciendo la boluda conmigo, todos los vecinos que vi hoy me dicen que vos sos la única que sabe algo del bisabuelo, era tu viejo, ¿o no?
- Hola, que tal, si Martín, me va bien, gracias por preguntar, que querías mi amor…no, ¡no sé y no me jodas más! –corta-
Abuela, abuela… ¡vieja de mierda!
La vuelve a llamar.
- Abuela, me llegas a cortar otra vez y te voy a buscar a tu casa y no te dejo de tocar el timbre hasta que te tengas que levantar de la cama y contestarme
- ¡Pero mira si serás! Obstinado como tu padre ¿ves? “lo que no se roba se hereda”
- Decime que pasó, que hacía el bisabuelo
- Bueno…venís mañana a mi casa, no quiero hablar esto por teléfono, pasa al mediodía
- Pero…
- Pasa mañana al mediodía, un beso Martín, que descanses
- Hasta mañana

Se recostó encabronado y algo arrepentido a la vez, registraba que una vez más había tratado a su Clara con la misma frialdad en que se trataban todos los temas en su familia, la búsqueda del objetivo personal lo hacía olvidar de la reflexión que hizo esa tarde compartida con Cristina, esas simples cuestiones que involucraban el mate y la bombilla, el “¿cómo estás?”, etc.
Al día siguiente se encontraba puntualmente a las doce del mediodía en la puerta del edificio de su abuela, con un ramo de flores para reparar el llamado de la noche anterior; tocó el portero e ingresó.

- por fin…¿cómo estás abuela? te traje este regalito en vez de postre para que no engordes, como me pedís siempre
- mi amor…sos un dulce, son hermosas…ay, por fin, hasta que alguien de esta familia se tomo la molestia de visitarme
- bueno, mira, yo no vine hoy para resentimientos, iba a venir de todas formas, me podes decir que hacía Fermín
- primero sentate, no, mejor tomá -empieza apilar sobre las manos cosas para poner arriba de la mesa- ayudame, lleva dos platos, los vasos, eh, servilletas, sal…
- para abuela, no puedo todo junto… decime
- ¡la carne! Se me quema… te hice albondigón, ¿te gusta? Siempre comías de chiquito, el mío, porque tu mamá será muy inteligente, muy estudiosa pero no sabía lavar ni una hoja de lechuga
- bueno…si, me acuerdo, me gusta y entonces…
- ¡pero yo no lo puedo creer! no me ves hace…cinco, ocho años
- abuela te vi hace un año y medio que viajaste, te pague el pasaje y viviste en mi casa durante tres meses
- mira, te digo, que podes abusarte porque como paso los setenta, la cabeza esta cada más peligrosa de recordar
- ¡dios!
- ¡bueno! -coloca en la mesa la fuente de un golpe-…te pido un favor muy grande…nunca se te cruce decir una sola palabra sobre esto…
- te lo prometo
- mi papá era bandoneonista, tocaba de medianoche con un vecino que era habitúe del bar… una vez entró un comando y se los llevó
- sí, eso me lo contaron
- ¿quién?
- Cristina
- ¿Cristina? ¡Cristina! Estuviste hablando con cristina ¿cómo llegaste a hablar con esa miserable? ¡hija de puta!
- Sí, ¿qué tiene? Vos no querías decir nada, mama no sabe, empecé a preguntar a los vecinos… ¿Pero lo llevaron nada más porque era bandoneonista?
- No, él y uno de los hombres del barrio que ya murió, quedo el hijo pero no sé si vive
- ¿El hijo?
- Si
- ¿Cómo se llama?
- René
- Si, ¡René!
- ¿hablaste? ¿Cómo anda? Sabes que René siempre estuvo enamorado de mí, porque yo era una muñeca, ¡un cueerpo tenía! ahora estoy vieja pero preguntale…
- decime de una vez porque te fuiste y que hacía él
- Yo no me fui, me alejaron de ahí para que no me lleven como a mi mamá, me quiso proteger…el abuelo tenía una amante…de una familia que sabía que no se tenía que meter
- ¿Mafiosos?
- Militares…estuviste cerca
- Entonces…
- Alguno de los que iban a almorzar ahí, terminó siendo un buchón de los milicos y uno de los tenientes de aquel entonces, apareció una noche para mostrarle como tenía que esfumarse de al lado de la hija, que resultó ser esta amante; en vez de lastimarlo a mi papá, se llevaron a mi mamá de castigo y como el bisabuelo nunca dejó de verla, prefirió enviarme a una casa de unos amigos de nuestra familia, acá en san Isidro y después me terminé casando con el hijo del patrón de la casa, según él, lo hizo para protegerme el hijo de puta, la verdad que se lo merece lo que le hicieron, me cambio a mí y a mi mamá por una pibita…encima hija de milicos - se detiene a llorar-.
- Perdona abuela…igual algo no me queda claro, ¿por qué después se lo llevaron a él?
- No se…yo tampoco se eso, no estaba, no hablaba más con él, después que me envío ahí, nunca más quise saber más de él y fue así, porque no supe más nada, hasta que un día me llamaron para contarme que había desaparecido y lo único que me dijeron es que vaya revisar el bodegón, yo no tenía, fuerza, coraje, ni ganas de seguir investigando en la vida de mierda que llevaba, preferí darlo por enterrado y que dios lo aguarde
- ¿y en el bodegón que podías encontrar?
- no se… me dijo un día cristina que había estado presente, pero no podía hablar porque tenía miedo de que alguien la escuchara, que hubiera infiltrados por el barrio, no se equivocaba, tenía terror a que se la llevaran a ella… un día que me acerqué de nuevo al bodegón dispuesta a entrar pero después de lo que me dijo, tire la llave al medio de calle y me volví, cuando pase por la puerta, nunca me voy a olvidar esa imagen tétrica, estaba mirándome por detrás de las rejas de su casa cantando con una mirada de desquiciada -…Alma de bandoneón, alma que arrastro en mí, voz de desdicha y de amor, te buscaré al morir, te llamaré en mi adiós, para pedirte perdón, y al apretarte en mis brazos, darte en pedazos mi corazón- cantaba y cantaba la loca… yo estaba tan dolida de que nos había abandonado, que cerré todo lo que había pasado
- entonces después
- después que me casé, busque a mi mamá, nunca la encontré…la busqué con abogados, con peritos, detectives, guerrilleros, con dios, con el diablo y no había caso, se la había tragado la tierra…cuando nació tu papá fue el final de esa historia para mí, ya no quería más buscar muertos. Lo crié sin decirle nada pero cuando maduró y quiso armar su vida con tu mamá, que estaba embarazada, eran jovencitos, estudiaban y no tenían un peso partido al medio y me pidieron el negocio para poder vivir de eso ¡qué les iba a decir! si estabas por nacer vos, ellos no tenían nada, cuando entró y encontró lo mismo que encontraste vos, tu mamá siguió viviendo de su tía, pero tu papá empezó a investigar, a preguntar, a preguntar, el peor error que tuvo…porque se fue con mi mamá supongo, volví a hacer lo mismo, abogados, peritos, etc., etc., nada por segunda vez…
- y ahí con mi mamá nos fuimos a España
- si, se fue embarazada casi en el último tramo, era tan orgullosa, su tía la hecho por miedo a que entraron los mismos comandos a su casa y conmigo nunca quiso quedarse, en el fondo tu mamá, hizo lo mejor que pudo, yo no tengo mucho trato con ella, supongo que está muy dolida todavía
- no sé, porque nunca habló nada
- ¿y el abuelo? ¿Tu marido que decía de todo esto?
- (silencio)
- Abuela, ¿que decía?
- Nada, estaba ocupado en la casa de Cristina
- Te engañaba
- Un espécimen más de hombre
- Está bien abuela, te agradezco mucho igual todo lo que me contaste… ¿bueno, comemos?
- Dale, que se enfría

Esa tarde terminaron de comer y Martín volvió para el bodegón, mientras caminaba se lo cruza a René en la puerta, estaba sentado como todos los días

- ¡Buenas René!
- Hola Martín ¿Martín era?
- Si, muy bien
- ¿Y tu abuela? Mandale saludos de parte mía cuando la veas
- ¡ojito René! (decía entre sonrisas) Le mando, Buenas tardes
- Buenas tardes hijo

Entró al bodegón, encendió una radio portátil y siguió acomodando lo que todavía quedaba sin orden. Preparó la pintura para las paredes, se calzó el mameluco.
Recordaba cosas dichas en la charla, trataba de asociar, el año 68, las amantes, no había indicios de militancia de ningún partido, las familias, amigos de san Isidro, ¿qué hacía en san Isidro? un barrio de gente pudiente, era dudoso y no había posibilidad de atar cabos, capaz clara tenía razón; Martín siempre se había encontrado parecido a ella, de qué sirve un pasado deshecho cuando queda tanto por construir en el futuro, de que servía volver para atrás tratando de comprender los errores ajenos que no sentaban bases para el presente que intentaba llevar a cabo, además si no dejaba la carrera para volver, nunca se hubiese enterado de nada, de algún modo su madre era otro ejemplo como su abuela; por eso pensó que su padre la había elegido como esposa, por similitud, en esa postura de que el tiempo no se nos escurra por los dedos, menos claro está, por los dedos de algún muerto.

- Que se vaya todo a cagar…mañana voy al escribano
Se quedó pintando hasta las cinco de la madrugada mientras escuchaba a Harrison de fondo, el disco, “Todas las cosas deben pasar” una frase a tono con otra “que se vaya todo a cagar”. Cuando empezaban a penetrar las primeras señales del amanecer, colgó el rodillo y se acostó en un colchón que había dejado en la cocina, detrás de la barra. Se despertó al mediodía.
- ¡La puta madre que te parió!
Grito mientras pegaba un salto del colchón, después de recibir una caricia de la cola de una rata del tamaño de un chihuahua
- ¡Negocio de mierda! ¡lo único que tiene es mierda, la puta que lo parió!, ¡¿quién carajo me mando a meterme en esta poronga?! Me vine de España para armar esta bosta, en este barrio de mierda, a mi solo se me ocurre…
La corrió durante un rato pero aún así no pudo a atraparla. Salió al supermercado a comprar algo para comer y veneno para ratas. Cuando volvió a entrar se sentó en la barra, abrió un paquetito de fiambre y armó un sándwich para almorzar, mientras masticaba se escucha en la cocina un estallido

- Ahí estás hija de puta…

Se levanta llevando en la mano un palo. Al ingresar encuentra en el piso una pila de diarios deshojados en el suelo; habían caído desde arriba de uno de los extractores de humo; agarrándose la cabeza, comenzaba a disgustarse cuando imaginaba como seguían incrementando los gastos ya que el lugar continuaba desmoronándose, además de las crías de ratas que debería erradicar. Se sentó en el suelo, agarró la pila de diarios, vio en una de las tapas la foto del bodegón y se detuvo a hojear los diarios, primeramente los revisó de forma superficial; entre las página de uno de los diarios, encontró una partitura doblada en cuatro partes, de color algarrobo, a causa del paso del tiempo y el encierro -No se puede leer una mierda- pensaba en silencio; siguió protestando, con la única alternativa posible que resultaba ser, el intento de reconstruir la lectura en otro momento, de todas formas lo miró, y trató de limpiar, mirar a trasluz. De un lado había una partitura, todavía podía entreverse las notas, de la otra carilla, parecía una carta por la disposición de las oraciones y el encabezamiento, dos puntos que separaban por un renglón un aparente párrafo, eso sí, no se veía una palabra, ni siquiera para centrar el tema; saber si era un pariente lejano, una carta documento, una carta del ejército emitida por las fuerzas armadas, una empresa privada reclamando alguna deuda o alguna carta insulsa de algún amor frustrado. Abrió nuevamente los diarios y esta vez los leyó página por página, los tres contenían una nota con la foto del bodegón, la misma foto, el bodegón rodeado de una cinta de seguridad de esas que coloca la policía, en uno de los diarios, el que se hallaba más legible, se podía leer una nota vinculada a casos policiales, no se dejaba leer la primera palabra de la frase, pero lo ayudaba a descartar la posibilidad de represión militar, aunque podía ser un caso encubierto; sabía que Fermín no era militante, ni escritor o periodista, ni trabajador en alguna veta social, solo un bandoneonista, sacó tantas conclusiones insospechadas que sentía un detective reprobado o un pelotudo, en el mejor de los casos. Intentó leer las notas, hablaban del bandoneonista como un traidor, un psicópata, una relación de desaparición con Guillermina Alcorta.

- Hola
- Hola mamá, soy yo, Martín
- Martín, ¿como estas? ¿Y el negocio, como está yendo?
- Está en veremos, necesito verte, que vuelvas, te quiero mostrar algo
- Ay Martín, es imposible, estoy trabajando muy fuerte acá, esta zona quedó toda destruida, después de los terremotos, cubrimos la zona todo el tiempo
- En serio, te necesito, encontré muchas cosas que quiero que sepas y que me ayudes a mí también
- Pero hijo no puedo
- Gracias, ¿sabes qué? Si quedó alguna grieta del terremoto tirate adentro
- Martín ¿qué dijimos mil veces sobre esto?
- No es una pavada
- Martín, yo se que habrás encontrado todo destruido, te removió tu vida, sé que estoy muy poco con vos, nos tendríamos que ver más seguido y charlar un poco sobre nosotros...te prometo que lo vamos a hacer muy pronto, pero por ahora, limpialo y abrilo, ocupate vos, eso es tuyo
- Es lo de menos lo destruido, no sabes lo que fue encontrar ese lugar -comienza a levantar el tono de voz hasta terminar gritándole- cuanto no me contaste de papá, de ustedes, de nosotros, de porque nos fuimos, me mantuviste en una mentira, a ver, ¿qué te pensabas que me iba a creer cuando volviera y encontrara esto? ¿vos sabés que hay adentro? ¿lo que encontré? no, no sabés nada, no te importa, no te importo ni cuando papá desapareció, menos ahora
- estás hablando como tu abuela
- Sí, claro y después me falta contestarte, “Lo que no se roba se hereda” , porque no se van las dos a la mierda …soy un pelotudo…me tendría que haber quedado en España
- Martín…no puedo seguir hablando, tengo que seguir trabajando pero quiero seguir hablando con vos, no es así, no, no… -se escuchaba un silencio que se torna en sollozos minúsculos- no es todo como vos pensás, no sé, creo que te contaron cosas por la mitad y te debo la otra mitad… ¿podemos hablar después?
- …
- ¿Podemos Martín?
- Llamame vos si querés -corta la llamada-.

Al día siguiente, ni bien se pudo levantarse, fue a un locutorio y busco información entrando a las páginas de las editoriales, una era Puerto de Buenos Aires, otra era La voz del sur, la última y única legible era Tinta roja, que era un diario emitido desde una de las agrupaciones del partido comunista. Puerto de Buenos Aires, había cerrad en 1945. La voz del sur, todavía existía, anotó el teléfono que figuraba en la página, aunque no así la dirección que se encontraba ausente. Tinta roja, tenía sede en Carabobo, el teléfono se encontraba pero no mencionaba si la editorial había cerrado. Ingresó a una de las cabinas telefónicas y llamó a la voz del sur

- Buenas tardes, usted se ha comunicado con el estudio jurídico del Dr. Alberto González puede dejar su mensaje después de la señal, que nos comunicaremos a la brevedad…
- Buenas…eh, mi nombre es Martín Aráoz, quería comunicarme con la editorial que tiene su teléfono, si sabe algo le dejó mi teléfono para que se comunique conmigo es 15657890…le repito 15657890, por favor, es de suma urgencia, gracias
Martín continuó rezongando mientras marcaba el número de tinta roja
- Hola ¿qué tal?
- Si ¿quién habla?
- Hola, mire me llamo Martín Aráoz, quería saber si funciona todavía la editorial tinta roja ahí
- Eh…no…mira se cerró hace unos cuantos años, hay gente del partido todavía, pero no existe más la editorial
- Eh, quería saber si podría existir un archivo de lo editado… por una nota que tengo del año 1948, te cuento… estoy con unos temas familiares, necesito orientación, el diario saco una nota en ese año, no puedo leer absolutamente nada y necesito saber algo justamente por estos temas
- Mira yo no tengo nada que ver… soy del partido…tenés que venir cuando esté Osvaldo Márquez que es uno de los que quedó del tiempo de la editorial…igual hay que ver ¿eh? mirá que la editorial la cerraron
- Bueno ¿cuándo puedo pasar?
- A Osvaldo lo encontrás después de las cinco de la tarde, menos los lunes y martes, ni fines de semana
- La dirección es la misma de siempre
- Si, en Carabobo
- Bueno, muchas gracias
- De nada, hasta pronto
Después de cortar, salió del locutorio hacia el edificio de archivos generales de las ediciones publicadas en la nación, para ver si podrían ofrecerle información de las editoriales, incluso de las que hoy en día se encontraban cerradas. Aguardó en la mesa de entrada hasta ser atendido por una joven, se dirigieron juntos a una oficina donde están las computadoras que registraban todas las noticias emitidas, desde los periódicos masivos hasta las editoriales más pequeñas y zonales, incluyendo la edición de revistas de propaganda política universitaria u organizaciones sociales, o gacetillas de poetas suburbanos y expositores de artes.
- Buenas tardes
- Que tal, buenas tardes ¿qué necesitabas?
- Mirá quería saber algo sobre una noticia, que ocurrió en la boca, es de hace muchos años, lo que tengo son las portadas de los diarios que hicieron nota, no se leen los redactores pero quería información precisa, el tema es que son todos diarios zonales y…
- No hay problema con eso, vení pasa, decime el nombre de las editoriales, el año, mes y día, después buscamos la nota
- Puerto de Buenos Aires, 1948, 14 de Agosto
- Bien ¿asuntos?
- Asuntos…¿qué? no se
- Sección de economía, deporte, policiales… ¿de qué sección era la nota?
- Creo que policiales o no sé, ¿cómo se le dice a las notas de barrio?
- No existe una sección que se llame notas de barrio…espera un minuto…esta editorial no existe más
- Si, ya sé…pero quedo algún archivo del día
- Si… contame un poco de qué se trataba, a ver si encontramos algo en común
- Algo que haya pasado en el bodegón de Olavarría, con la desaparición de Guillermina Alcorta a través de Fermín Aráoz…no sé, son los únicos datos que tengo
- Bueno, aguárdame un minuto…no, no… nada
- Bueno…busca, diario La voz del sur…1948, 13 de agosto
- Mmm… nada en común con lo que buscas… cambio de cuerpo de la policía federal… en ninguna editorial hay nada de lo que buscás, todas las notas hablan sobre delitos, la historia argentina es una cárcel con puertas giratorias…viste, los tangos siempre tienen la explicación… “da lo mismo que seas cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”
- Si… puede ser
- ¿Cambio de cuerpo? ¿Quién asumió como jefe de la policía?
- “Ayer por la mañana, en el desfile de federales organizado en la escuela de suboficiales Ramón Falcón, el Tte. General Alcorta, asumió el mando del cargo como jefe de la policía de la ciudad de Buenos Aires”
- Si… ¿y de Guillermina Alcorta que dice?
- Nada, es una nota del cuerpo policial
- No puede ser, tiene que haber otra nota en esa semana sobre la hija
- No hay más
- Bueno…te paso el último
- Tinta roja, 16 de agosto de 1948
- No existe
- Como no existe, tengo el diario acá
- No estaban registrados
- Si que estaban, ayer hablé con la chica del partido
- Bueno, mirá no tengo nada… ¿ves?
- Pero te muestro la hoja, ¿ves? Tinta roja, fundado en 1903... bla, bla, bla…
- Bueno, no aparece nada ¿qué querés que haga? Si no está acá, no está en ningún lado…me tengo que ir a atender a otras personas, buenas tardes
- Gracias
- No puede ser… no, tengo los diarios acá, las notas están
- Por favor, dejame seguir trabajando

Cuando salió del archivo, caminó hasta el subte, dirigiéndose hacia la sede del partido donde funcionaba la editorial de Tinta Roja, sabía que era miércoles y ese tal Osvaldo tendría que estar. Golpeó la puerta, lo atendió una señora que aparentaba ser una secretaria

- Hola
- Buenas, ¿Osvaldo?
- No vino hoy, se sentía descompuesto
- Ah, hoy hablé con una chica de acá, ¿alguna persona que haya trabajado en Tinta roja?
- Nadie, Osvaldo…pasa mañana, capaz que viene
- Bueno, dale, gracias… ¿le podrías dejar un mensaje?
- Decime
- Yo soy Martín Aráoz, soy bisnieto del dueño del bodegón que está sobre Olavarría, a mi bisabuelo lo secuestraron y a otros de mi familia…quería conseguir algunos datos…eso, si puede ayudarme me haría un gran favor
- Está bien, quedate tranquilo… ¿vos tenés algún teléfono de donde vivís?
- Si, te dejo mi teléfono…el del bodegón, 4305-6786, voy a estar allá el resto del día, vivo ahí, que me llame a cualquier hora no tengo problema
- Bueno, gracias, le aviso…suerte
- Chau, gracias

Mientras volvía caminando, hasta llegar a la boca de subte, trató de ubicar por teléfono a su madre, era más que seguro, que a esta hora se encontraría en la agencia. Sería doblemente efectivo, ya que ella también tenía acceso a los archivos de cientos de medios y editoriales, razón por la cual, Martín no concebía porque era él mismo, el que estaba tratando de desentrañar lo sucedido, después de tantos años, con su padre y su abuelo desaparecidos; porque su madre, una periodista tan falsamente comprometida con la impunidad, no podía sincerarse con su propia historia.

- Martín
- Mamá decime, encontré tres diarios con notas de la sección policial con una foto del bodegón, llamé a las editoriales, algunas cerraron, todas, pero ¿puede ser que en archivos generales de la nación, no figuren digitalizadas todas las notas de los diarios de ese día? las mismas notas que están redactadas en los diarios que yo tengo en mano
- No…no puede ser, queda todo archivado, es imposible que saquen notas
- No hay, lo vi con mis ojos
- No…no puede ser, es ilegal
- Bueno, no están, me falta ir mañana de vuelta a un partido donde figuraba una de las editoriales… hasta donde llegó papá
- No llegó a saber
- ¿Sabías esto?
- …
- Mamá
- No…cuando el averiguó, todavía las editoriales estaban funcionando, ese día se fue temprano… venía a encontrarse conmigo, en un café al mediodía para contarme, el iba a volver, nunca llego después que salió de ahí
- ¿De dónde?
- No sé de dónde, no lo pude saber ¡Basta Martín, deja todo ahí! ¡Deja, te van a buscar, basta Martín, en serio, no te quiero perder a vos también!
- Estoy a un paso, ¡ayudame boluda!
- ¡Tu papá también estaba a un paso, basta!
- Igual lo voy a averiguar, mañana te llamo y te cuento
- No, Martín, basta por favor, no me contestes eso (se siente el llanto) eso me contesto tu papá, nunca más lo volví a ver, por favor… ¡Martín!

Una vez más cortó la llamada -fiel a su temperamento caprichoso de hijo único- aunque del otro lado del teléfono resonaran llantos. Entró al bodegón y revisó a trasluz la partitura, no podía leer casi nada, levantaba la hoja, la del diario tinta roja. La abrió, era grande, como las páginas del diario La Nación, la puso a al ras de una lamparita, acercó sus ojos hasta casi impregnar su rostro a la hoja, con tal de leer una palabra más

- la concha de la lora…
Un golpe y un empujón en la boca del estómago lo hizo caer de espalda al piso

- ¡Pero la puta que lo parió! (repetía mientras daba un paso hacia atrás)
- ¿Que hacés nene?
- ¿René cómo entraste?
- Te olvidaste la llave del lado de afuera, te la vine a dejar
- ¡Pero golpee hombre! Casi me mata
- Jaja ¡no! yo no
- ¿Qué?
- ¿Le preguntaste a tu abuela que pasó?
- No, le dije que no…se puede ir de acá, estaba ocupado
- Te ayudo
- No, no, váyase
- ¿Qué querías saber Martín?
- Nada, váyase
- ¿Querías saber quien escribió esto? - Señala las paredes-
- Usted me dijo que no sabía nada… dígame… ¿quién fue?
- No… ¿qué te queda Martín?… “tinta roja en gris del ayer”
- ¿Está loco? váyase, en serio, no quiero tener problemas con usted
Le golpea la cabeza con su palma produciéndole dolor
- ¿Qué hace? – defendiéndose de las cachetadas- llamo a la policía
- Ajaja ¿ah sí? Alcorta chico le va a importar mucho… poco mejor dicho, lo que a vos te pase o lo que le paso a tu viejo y a tu abuelo ¿sabes dónde está tu abuelo?
- ¿Dónde?
- Ahí abajo…no, perdón ahí debajo de tus pies, estás pisando a tu papá
- Mentira, a mi papá se lo llevaron
- Si, se lo llevaron, lo quemaron y lo pusieron de abono con tu bisabuelito, estos días dormiste con ellos y no sabías, no te lo dije de entrada para que no te asustes
- ¿y qué querés conmigo?
- Nada…no te quiero, acá no los queremos a la familia Aráoz, se meten donde no los llaman
- ¿vos quien sos?
- René… Alcorta, soy el primo hermano de Guillermina…tu bisabuelo se movía a mi prima y a mi prima se la movía mi papá también, pero a Guillermina le gustaba más Fermín y no…no, no señor, la sangre no se mezcla…ella era de de San Isidro con el pulgoso de la boca de tu bisabuelo, además primero se la cogía mi viejo ¡pero! tu abuelo era un tipo trasgresor… y bueno a los trasgresores hay que bajarle los talones… y donde hay un trasgresor hay un buchón, siempre hay un buchón…¡la vida es una tango Martincito querido! La vida es ese cambalache de Dicepolín, a mi pagan para que a los soretes de tu familia se los trague la tierra
- Sos un viejo de mierda, hijo de puta, ¿vos mataste a mi viejo?
- No, yo no ¡yo denuncio! descuartizan los otros, ah, hablando de descuartizar
- ¿Sabes qué? era ¡músico macabro! Músico era, ERA, porque dejó de existir, eso le pasa a la gente de mierda como Fermín, estaba loco tu bisabuelo, loco por ella…¿sabés que le hizo a mi prima?... él le prometía todas las noches que la iba rescatar de la familia, que se la iba a llevar, le armaba un paraíso romántico donde la iba a proteger, a acariciar y acariciar… cuando ella se escapó por última vez de su casa para poder acostarse con tu abuelo, sin olvidar que previamente se habían llevado a tu abuela, a tu bisabuela, ¡la tenía jurada!… él descuartizo a mi prima, le limpio los huesitos, los pulió con esas cosas que vos no sabés para que sirven, porque sos un gallego cuadrado, imbécil que te volvés con la cola entre las piernas de España que no sabés ni lavar un plato y te dejaron esta bosta para que levantes y te que creas que vos servís de algo… los pulió como te decía, los huesos y armó rectángulos, teclas, armó ese bandoneón, mi prima es ese bandoneón, el alma de mi prima está en el bandoneón, el que apretaba todas las noches, que el acarició todas las noches como le prometió, hasta que mi viejo se dio cuenta lo que había hecho y ahí se le acabo la fiesta, el sueño, ahí está, en cenizas, quemado vivo para que no ocupe espacio. Tu viejo, está ahí al lado de Fermín, mezclado con Fermín y con tu bisabuela, ahí todos hechos polvo… tu abuela zafó porque era bellísima… y me quedo corto, era una muñeca, entonces se la llevó bisabuelo Alcorta y después pasó por la poronga del abuelo y del hijo. Se casaron y la perdonaron, después bueno, nació tu papá, pero tu papá era hijo de otro amante, un negro de mierda, del tipo de hombres que encajaban con tu abuela, en el fondo ella venía de esa calaña, así que... cuando hubo que liquidarlo, no había nada que pensar y después se te ocurrió volver ¡un boluuudo vos! Bueno, te cuento que están por venir para acá ¿te creíste que era Tinta roja porque eran neobolches? ¿revolucionarios trasgresores que te iban a ayudar y a unirse caminando de la mano con vos contra los milicos?... tinta roja es la sangre que va a correr de vos, es una trampera, pero la gente asocia al bolchevique, al che Guevara, la gente es idiota y lo peor es que no se da cuenta, le gusta tanto creer en el subtexto, que se olvidan lo obvio
- Pero porque salió la nota en el diario de Tinta roja, si son los autores
- Salió… ¿pero vos sabés si la nota habla a favor o en contra de tu bisabuelo? La nota es lo de menos, lo que importa es de qué lado la cuentes ¿sabés que es peor y mejor? depende de qué lado estés, tenés el poder de hacer desaparecer una noticia, robas un hecho de la historia, hacés del tiempo como si nunca hubiese existido, es como buscar una huella de memoria en la cabeza de un esquizofrénico…
- ¡Son una mierda! Unos hijos de mil puta
- Sí, pero la gente no sabe…igual tu bisabuelo, era una mierda también, ahora decime…si te hubieses enterado de lo que hizo tu bisabuelo ¿qué pensarías de él?
- Que era un hijo de puta, ya lo pensaba desde que hablé con mi abuela
- Bueno…tu papá no, lo justificaba
- Y a mí que me van a hacer
- Primero te voy a hacer que hagas un llamado
- ¿A quién?
- A tu mamá
- ¿Para qué?
- Decile que a las 5 de la tarde de pasado mañana estás en el aeropuerto de Valparaíso
- ¿Me van a mandar allá?
- No, pelotudo
- ¿Para qué le voy a hacer eso?
- Para que te espere… y no llegues, a ver qué notita se le ocurre a tu mamá periodista, ella que es tan profesional pero nunca pudo averiguar dónde estaba el marido

Martín le arroja un golpe a la cara y René, Martín tomó inmediatamente entre las manos, una lata que contenía pintura y que se encontraba en el piso, estrellándosela contra la cabeza, una y otra vez hasta lograr deformarlo, desgarrarle parte de la carne del rostro y dejarlo inconsciente. Se apartó mareado y desconociéndose, respiraba exhalando con una fuerza de animal, observó sus manos chorreantes de sangre, tratando de centrarse después de aquel trance de locura, oyó el motor de un auto detenerse en la puerta del negocio, trepó por la salida de los extractor de humo que se había desmoronado en la cocina; su cuerpo entraba demasiado justo, presionaba con las manos las vigas de metal tratando de abrir la chimenea, pudiendo escapar por el techo, pues si no lo hacía a tiempo, estaba a veinte pasos de acabar muerto junto a su familia; además no había otra salida, estaba en el último cuarto del negocio, alejado de de las salidas. Escuchó la puerta derribarse, sacudió las vigas con más fuerza y sintió los pasos ágiles de las botas cada vez más cerca de la cocina, detonaron disparos hacia las paredes; estaba volviendo a suceder, derribó los fierros segundos antes que la chimenea se desplome.

- ¡Pendejo hijo de puta, baja! La concha de tu madre, ¡volvé! volvé hijo de puta, vayan por afuera y suban al techo

El teniente que estaba a la cabeza del secuestro, se quedó dentro de la cocina con otros dos agentes de la policía tratando de llevar a René hacia el vehículo. Mientras Martín seguía caminando por la cornisa de sus vecinos hasta arrojarse a uno de los patios de las casas aledañas, tratando de desviar a los agentes que lo seguían por detrás; algunos de ellos agentes marchaban por las calles laterales la manzana, otros ascendieron por la misma salida que utilizó Martín, pero por el mismo derrumbe del extractor, lentificó su salida hacia la superficie. Mientras, Martín ingresó en aquella casa en que se había lanzado, trepó una reja que conducía por un pasillo hacia la calle; en ese trepar rasgó su pecho contra las puntas de las rejas, se sacó la camiseta y se la calzó a la cabeza en forma de turbante. Consiguió con sumo sigilo salir a la puerta, corrió hacia el lado de Caminito, se intentó camuflar entre los puesteros, los turistas y siguió corriendo, con una velocidad de superhéroe, que el fondo tenemos todos los seres humanos en las situaciones límites, aquellas donde somos capaces de levantar un auto con un dedo, si se debate entre esto, la continuidad de nuestra vida.
Llegó corriendo - Sin haber disminuido el ritmo ni por un segundo con que empezó a hacerlo- hasta barracas, sorteando cualquier sujeto que se traspusiera por su camino. Sabía que afuera seguirían acechando, patrulleros, agentes y quizá hasta helicópteros, contaba con la suerte de ser novato y desconocido. Ingresó por una ventana de vidrios rotos a una curtiembre desmantelada y se desplomó de cara al piso, con el último resto de oxígeno, hasta el día siguiente. Oculto por unas cajas putrefactas y medio deshechas, se despertó a la madrugada. Eran las 3.30 am, aún estaba oscuro, salió de la curtiembre. Martín transitaba por la calle hacia ninguna parte, ya que en su situación no podía ir de Clara, su abuela, ni llamarla para no exponerla a ser lastimada; no podría irse con su madre, porque en el aeropuerto lo detendrían, ni llamarla porque quizá podría haber escuchas telefónicas que lo delaten. Siguió caminado, mientras recordaba la sucesión de hechos, culpándose de su propia inocencia. Todos los indicios estaban desde que llegó; lo entrañable del pensamiento que parece absurdo, inabarcable y lo es todo, todos los versos de tangos, que salían de la boca de todas las personas que cruzó esas semanas, tangos que iban recitando la historia que la propia familia no puede contar de sí misma; el lenguaje corrupto y tergiversado del poder, que cambia los significantes de las ideologías hasta perder su esencia, donde uno termina adquiriendo conejo por liebre, con la estúpida y demente certeza de estar viendo la liebre y seguir creyendo que eso que nos dieron es conejo, por el irrefutable doble discurso que separa el significado de la significación. Y entonces, si por casualidad se visualiza la liebre, una mano más fuerte nos succiona convirtiéndonos en el alimento procesado y triturado que alimenta la liebre. Martín recordó otras dos frases que habían quedado marcadas a fuego; “lo que no se roba se hereda” la frase de cabecera de su abuela, cuando quería transmitirle a Martín, la existencia de lo predestinado, que él debía ser un transgresor como su padre. La segunda “lo que importa no es el contenido, lo que importa es del lado que la cuentes” si era como su padre, estaba solo, solo, contra todo un poderío; con suerte, acababa muerto. Pero si guardaba silencio, no moría con dignidad, no hacía respetar a las pérdidas cometidas en su familia. Pero… ¿A quién le tenía que ser fiel? ¿A un ideal o transcurso del tiempo? a la vida concreta, como hizo su madre, de ella heredaba también otra parte, vivir, ser un buen tipo, sin dejar que el pasado siniestro lo destruya, ser digno, pero defendiendo el solo hecho de respirar. Siguió caminando con las manos en los bolsillos hasta perderse en la oscuridad, por ahora, solo era preso de sí mism