domingo, 20 de noviembre de 2011

Los restos de Abel


Y sí… quizás no supe tratarla como se merecía. Ya lo había repetido mil veces, ¡es testaruda! Martina fue la menor, eso siempre fue un problema, demasiado consentida. Pero antes de que pasara, le pedí y le reclamé tantas veces. No, conmigo no… ¡no juegues! porque soy mansa hasta que se me piante la chaveta. Bueno, es su culpa y a mí las disculpas me entran por un oído y me salen por el otro… como las balas, tal cual como las balas.
Cuando éramos adolecentes ella había decidido que iba a viajar a Colombia, ¡mis padres imaginate! la sacaron a patadas, recién cumplía quince años y ella creía que podía decidir por encima de los demás, ¡como la detestaba! La adolescencia le potenciaba cada cosa que se le cruzaba por la cabeza. Además mis padres no estaban en condiciones de pagarle y sustentarle nada, ella vivía en una nube de colores de la cual todos teníamos que hacernos cargo. ¡Como habrá sufrido Darío! Había que estar con una mujer como ella… si yo, siendo la hermana, puedo llegar a… no sé, nunca le voy a perdonar haberla encontrado con él ¡que idiota que me sentí! La única cura contra la vergüenza es cortar por lo sano… a los dos, no había ninguna justificación que valga la pena… ¿Me iba a conmover? quizá ahora el pobre Darío pueda disfrutarla un poco más
La semana pasada había venido y se quedó como muchas noches de las que venía a esperarla, charlábamos en la cocina, mientras comía lo que a nosotros nos había sobrado y la verdad que nos divertíamos, a veces pienso que la vida nos junto a la inversa, pero Martina y Andrés se encargaron de revertir el destino.
- Y Andrés?
- Hace unos días que no nos vemos
- Porqué?
- No vale la pena que te cuente… es amargarte el día, y amargármelo… sabés que, hay cosas que uno las tiene que aprender a digerir y olvidar, todo lo que no te sirve va desapareciendo y no hay que llorar por lo perdido, por algo ya no tiene que estar más
- Y no se…
- Creeme que sí… querés un mate para bajar?
- Martina cuando vuelve?
- No me dijo nada
- La espero
- Te parece? No sé si va a volver, últimamente se escapa de noche como los gatos
- Mientras no se escape con otro
- Y no sé qué decirte, muchos gatos salen, pero nunca dejan de dormir en la cama de su dueño, vuelven antes de que salga el sol
- …
- ¡Ay por favor Darío! no seas iluso…
- Que?
- Me imagino que te das cuenta que tipo de persona es mi hermana, yo la quiero, pero a vos también te quiero y no sé, yo creo que al lado de ella no…no vas a ser feliz
- Porque me decís esto?... Y además porque me lo decís atrás de ella?
- Porque no podría decirte esto delante ¡ vamos Darío! dejá de hacerte el tonto, el que no ves, de cinco veces que venís por semana tres o cuatro son los días que te quedás charlando conmigo en la cocina
- ¿Y qué querés que haga si estudia de noche?
- Ja! ¿La ves estudiando?, siempre fue igual, nunca hizo nada de lo que dice…
- Pero sabés algo? Decime, ¿con quién está?
- No se…
- Entonces
- ¡No sé con quién! pero que está, está… no te miento… y dejá de mentirte a vos, mi hermana es una mujer muy querible, pero como una amiga, no sirve para estar con nadie
- ¿Pero yo me meto con tu noviazgo? ¿Qué carajo te pasa?
- Decime lo que quieras, decime lo que opinás, será bien recibido porque no camino con una venda
- Yo tampoco
- Sofía que vos estés mal…
- Seguí esperándola… y si querés agarrá una almohada y júntate dos banquetas
- Bueno, dale… vos andá a dormir, me parece que te falta descansar
Al otro día, lo encontré en la mesada de la cocina haciéndose un té y además de estar pálido como una hoja, tenía cara de desesperado, lógicamente porque Martina no estaba. Pobre, me dijo que se sintió descompuesto toda la noche, le habían caído muy mal la comida, pero peor aún era para él que Martina no estuviera o que no le contestara.
- Estoy preocupado… yo no entiendo, la verdad es que pienso que sos una mierda de persona, no puedo creer que no te preocupe nada de tu hermana, por más mal que te lleves con ella, no puede ser que desaparezca y que no se te cruce que le pudo haber pasado algo
- Estoy segura que no
- Porque estás segura
- Porque lo sé… porque es así, así es ella, es una bomba de tiempo
- Está bien, dejá, deja no te preocupes, ¡ah! una cosa más… la vi a tu vieja está mañana, me dijo que tengas la amabilidad de guardar todos tus frascos de pintura, que limpies, porque está cansada de todo ese quilombo que le dejás en la mesa
- Y de mi hermana no te dijo nada
- No
- Viste? No soy la única desalmada
- Ahora veo a quien saliste
Yo estaba armando una exposición de cuadros que iba a presentar este mes, estaba terminado los últimos dos cuadros.
Cuando cumplí 21 años, mis padres me dieron la posibilidad de viajar el extranjero, algo que se los agradezco enormemente ya que lo que aprendí en ese viaje, es la base de esta obra, había aprendido técnicas que acá en Argentina aún se desconocían y si se conocían no tengo ninguna referencia con quien pudiese compartirlas. No estuve mucho tiempo, fueron ocho meses, pero me bastó. Pude sacarle provecho, yo también sabía que mis padres hacían lo que podían, les había costado mucho que yo viajara y que encima el leiv motiv fuese aprender técnicas de pintura, una vocación, el placer, no se fijaron si eso iba a retribuir económicamente. Por eso Martina me fastidiaba tanto, nunca podía ver lo que les costaba a ellos darnos cada cosa con la que tropezábamos cada mañana, como si nuestra realidad fuese dada por la providencia y no era así, se gastaban la piel de las manos para que no nos falte nada.
Ese día me quedé en casa y entonces me dediqué a terminar los cuadros, tenía tres días antes de la exposición, y quería impactar, no me importaba si me destrozaban o si me halagaban, pero quería impactar, quería que la gente se retire con alguna impresión. Mi mamá entró al atelier y volvió a pedirme que saque de una mesa que estaba dentro del garaje unos frascos que había olvidado, que limpie las manchas que llegaban hasta el piso. Lo hice, pero antes de que baje me preguntó por Martina, a ella también le empezó a preocupar no saber de ella, nunca la habían visto ausentarse más de 24 horas, me hizo el comentario de que había llamado a una de sus amigas para saber si estaba con ella y además Darío estaba demasiado insistente, tuvo que calmarlo antes de que siga con la idea de reportar a la policía que estaba desaparecida. Yo continué con la idea de que había que esperar sin desesperar, traje las cosas que había dejado en el garaje y me volví a encerrar en el atelier. Darío vino a la noche y me hizo compañía mientras continuaba pintando, estaba alterado y me pidió que lo acompañe a la comisaría, a lo cual mantuve resistencia y entonces fueron mis padres con él. Decidí bajar la defensa aunque yo estaba muy centrada en mis cuadros, por eso no quería salir. Esperé en un banco, mientras ellos iban pasando uno por uno, declarando sobre su paradero. Me llamaron y tuve que también ser parte de la exposición, cuando me preguntaron sobre la última vez que la había visto, no podía ser totalmente sincera… la había encontrado a la media tarde, en casa con Andrés, mi ex pareja, estaban juntos sobre la cama de mis padres, se fiaron de que nadie iba a estar a esa hora, yo los vi, ellos no. Yo fui la última persona que los vio, pero no podía decir eso, era cavarme la tumba, era ser objeto de vergüenza, de cuestionamiento, de repudio, de lástima, una cosa era mi impronta a través de mi pintura, y otra muy distinta era la cruda verdad de quien soy, de quienes eran ellos, o todos, porque en un punto todos éramos una parte de lo que acontecía, como en todas las cosas de la vida, si no uno no hubiese, no permite, si le hubiesen puesto límites, si hubiese decidido antes, etc., etc., todo habría sido distinto, yo preferí acallar y dejar que el agua corra. Yo prefería convertir ese trozo de realidad en un personaje más. Nadie sabe tanto de mí para deducir qué relación tiene con mi vida. Le dije al agente que la había visto el lunes antes de ir para mi clase, después de ahí perdí contacto con ella. Volvimos a casa y había un aire apesadumbrado, me retiré para el atelier.
Llegó el viernes, el salón de exposiciones estaba en el barrio de Boedo. Había venido más de la mitad de los invitados, mi familia no había asistido, estaban muy disgustados conmigo. Darío llegó más tarde, estaba muy enojado, pero sabía lo importante que era para mí esa noche.
- Sofía
- Darío! Muchas gracias por venir… ¿cómo estaban en casa?
- Igual, mal… nada… estoy muy preocupado, ojalá solo hubiese sido que estaba con otro
- Y bueno… ya nos vamos a enterar, vení que te presento a unos de mis amigos
- No, dejá, no tengo ganas de hablar con nadie, vine a saludarte y a ver los cuadros a lo sumo
Hacía muchos años había ido al museo nacional, vi un cuadro que me impactó, no sé si era por lo hermoso o la bizarría de su composición. Había una figura perfecta realizada con milésimos de filamentos imperceptibles de embutidos, unos sobre otros, si uno no leía y no se acercaba no podría darse cuenta de aquella técnica. Cuando viaje a España, conocí a un grupo de artistas vascos, pasé con ellos cerca de dos meses conviviendo, además de poder ser parte de ellos, me dejaron esto… lo que hoy estaba presentando, todo aquello que viví observando durante esas noches… era el reflejo de las pasiones que se escondían en aquellos rasgos fríos; Milena, Sara… todavía puedo recordar esas manos tan delgadas de nudillos prominentes, abstemias y faquires, ellas me recitaban cada día que pintaban para alimentarse… me llamaba poderosamente la atención como podían dejar de incorporar días enteros un plato de comida, bastaba recorrer el cuadro con su lengua, lamer el hierro seco de la sangre con la que representaban el mediterráneo de su imaginario, lamer los filamentos magros de los hombres que las acosaban, de las mujeres que robaban sus hombres. Antes de que Darío se retire le di uno de los cuadros, para que de una vez por todas pueda quedarse con la certeza de que Martina de ahora en adelante solo estaría a su lado.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Casandra en el laberinto sin espejos del rey sin corona


La esquizofrenia argumentativa

Lo que pasa es que vos no te das cuenta porque ella te enseño a creer así, pensá que vos sos como ella… yo no soy esto que vos estás viendo, es imaginación tuya y te va a pasar con todos, no conmigo solamente. Siempre vas a quedar encerrada en esto. Es que no podés darte cuenta porque no te podés ver ni a vos misma ¡mirate!… estas equivocada… nada de lo que decís es… lo que pasa es que no me crees y siento que me estas faltando el respeto, ¡eso! eso es, lo que siento vos me faltas el respeto en no creerme… basta, no me hablés más, ¡no me hablés más te dije! estás desbordada, desequilibrada, quiero que te calles…………………………………………………………………………………………………………………. ¡callate!..
………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………… no, no, no, no… no me hablés más, no me toques porque te prendo fuego con todo adentro, no me voy una mierda y que quedás ahí……….. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………hija de………………………………………………………………………………… milputahijaputaforraputahijaputaconchudaputa……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..………………………………………………………………………………locacomoellalocalocalocaella……………………………………………………………………………estás……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………como……………………………………………………………………………………..loca……………………………….ella……………………………………………………………………………………………………estas………………………………………………………………………………………..…………………………….loca……………………………………………………………………………………………………………………………..ella……………………………………………………………………………………………………………………………………….como.ellaloca……………………………………………………………………………………………………………………………...............................................como…………………………………………………………………………………………. ella……………………………………………………………………….estás loca como ella………………………………

La mirada sobre la materia de los sueños

Esa falta de aire entremezclada con angustia, solo había sido un mal sueño, desagradable por cierto. Recorría una ruta en auto y veía consumirse en llamas una refinería petrolera, una de sus chimeneas se tumbaba hacía la ruta, casi a punto de estrellarse con el auto donde estábamos viajando. Nos topábamos nuevamente con otro incendio, esta vez en un astillero; metros más adelante, se repetía otra vez la escena del fuego en una especie de fábrica de químicos sobrevolada por tres helicópteros que incesantemente arrojaban el contenido de los extinguidores. Una vez levantada y pasada por la ducha, había olvidado por completo la sensación desagradable con la que me había despertado.
Pasé todo el día fuera de la casa y regresé muy tarde. Estaba agotada del día, de calor agobiante que se había repetido esa semana, sumado a los cortes de accesos y puentes, huelgas y ese maldito calor que se intensificaba en los vehículos de retorno, que hacía faltar el aire, brotar náuseas, o dolores, irritabilidad, agresión, lo peor de uno y de todos juntos etc. Estaba llegando, observé que las calles estaban oscuras, olvidé de mencionar los cortes de luz que sucedieron durante la semana. Una muchedumbre, y un camión de bomberos, rodeaban unas llamas de aproximadamente seis metros de alto que se encontraban en una estación de servicio. En ese momento volví a recordar mi sueño y le dije a Máximo, mi pareja que se encontraba al lado “como pasó en mi sueño, era un petrolera, pero bueno, es lo mismo al fin y al cabo hacen el producto para las estaciones de servicio” lo dije con ánimo de sentirme un décimo quinto pedacito de profeta.
Lo primero que hice cuando llegamos fue volver a entrar en la ducha para quitarme la capa de smog que me recubría. Mientras me desenredaba el pelo, observé la imagen en la televisión, una ruta ardiente por el estallido un tanque del barco que estaba anclado dentro del puerto. Además el incendio, había provocado una interrupción del tránsito y decenas de muertos que transitaban cuando una de las chimeneas explotó debido a que las llamas habían llegado hasta los tanques donde se conservaba el crudo y los hidrocarburos. Con una expresión un poco más aterrada, busque consentimiento en la mirada de Máximo, donde solo encontré mayor indiferencia.
No era la primera vez que ocurría, había presenciado diversas manifestaciones que habían comenzado primeramente desde mi inconsciente. Desde hacía muchos años me preguntaba, ¿quién es el responsable de sembrar en nuestra mente adormecida, las imágenes que acontecerán mientras nos adentramos en aquel otro mundo? Temía no saber si me encontraba despierta.
En una ocasión había intentado despertarme una y otra vez, levantar los párpados, huir del inconsistente que parecía no querer dejarme ir, mientras espectros sin rostro me tomaban en la cama para hurtarme la carne… mis huesos, quería lograr hacerse pasar por mí. Asimismo soñé con advertencias, se volvían como telegramas sin remitente, que sucedían en los días posteriores. Alguien o algo, debería saber que aquello estaba por acontecer. Los psicólogos funcionaron como simbolizantes de la emoción o el acto sobre la experiencia real, pasada o presente, pero nadie, ni aquellos dotados en el tema, podían responder bajo ninguna teoría el fenómeno de las predicciones. El incendio fue una reconciliación con los recuerdos.

La génesis de la fe

Recuerdo escuchar a mi madre repetir las historias de cuando ella era muy niña. Más de una vez me contaba que no podía ingresar a la escuela basílico científica (donde asistían sus tías) los días sábados por la tarde. Aquellos días eran jornada de santos, y los entes de planos superiores o inferiores, podían llegar a incorporarse en los presentes, principalmente en los pequeños. Sus tías eran mujeres sensatas, eran humildes y aquel mundo no era un medio para aprovecharse de la necesidad de otros, era una inquietud, una búsqueda personal con aquellos queridos que en el fondo, no se aceptaba que hayan partido, y hacía veraz el hecho de las corporizaciones. Me gustaba que me repitiera aquellas historias aunque las había escuchado cientos de veces, me hacían sentir algo así como que si fuese poseedora de secretos. Ada, Italia y Juana eran mediúmincas, una de ellas además era tarotista y tenía conocimientos sobre astrología, disciplinas que me mantenían viva en una especie de ensueño permanente, proyectándome geográficamente a miles de kilómetros de distancia de mi realidad, deambulando entre mercaderes austeros, y ancianos que aparentan ser semidioses que traspasan el conocimiento de las ciencias ocultas . Sentía un orgullo silencioso de saber que provenía de la sangre de aquellas, consideraba que descender de su seno me preparada para los secretos que exceden a la física y las matemáticas. Aunque debo reconocer que me refugio en estas, cuando el exceso perturba el sueño o la paz.
La impresión de un saber oculto sobre la naturaleza de los fenómenos, comenzó a ser moneda corriente en la casa donde vivía; las presencias ya habían sucedido a otros, tanto a mi madre como a mí hermana. Anécdotas que nos habían sido contadas por otros, que la suegra, que el cuñado de uno, que la tía del novio de otro… habían visto, habían escuchado, habían sentido “En la habitación, empezó a delinearse la sombra de un varón de alrededor de tres años, un infante trigueño, puedo recordar que se había sentado a mí lado. En el momento no había tenido reacción, y me quedé en silencio. Despacio me levanté de la cama, fui a la cocina y empecé a hablar idioteces para sacarme la imagen de la cabeza” Mi hermana, retrucó a esta historia. “Antes de que naciera Ignacio, había visto dos varones que caminaban por el comedor, y debían tener alrededor de cinco años”. Mi mamá coincidió. Todas, en algún momento de nuestra vida en esa casa, habíamos sentido la presencia de infantes que deambulaban en paz por nuestras habitaciones, por los pasillos, por los jardines. Convenimos en que ninguna de nosotras le temíamos. Sí, nos impresionaban, pero alguna cuestión interna nos decía que podíamos compartir el espacio, enlazar los dos mundos, sin temer que nadie salga lastimado. Pero la pregunta era, ¿qué hacía que los ausentes, aquellos que debían partir aún se encontraran apegados a esta tierra? Sería la misma razón que hacía de los vivientes quedarnos en lugares o conviviendo con otros que nos devuelven un lugar de aparente muerte.
Con los años, empecé a tener recurrentemente sueños, que los vivía con una sensación como si realmente parte de mi vida se desarrollara ahí adentro, en un mundo inmaterial, intangible, pero definitivamente tan cruel o tan apacible como la realidad. En aquel momento conocí la figura que me convertiría interiormente en otra Casandra de la proveniente de la mitología; la sacerdotisa de Apolo que después de la adquisición del don de la profecía y el rechazo de amor de él, fue maldecida siendo escupida su boca, lo cual hizo que poseyera su don, pero que jamás nadie crea en ella, sino que fuese tomada como una demente que se creía vidente.
“estaba mirando detrás de una especie de ventana, en una choza. Por la vegetación y la humedad abundante del espacio, supuse que estaba en alguna zona tropical, no sabía exactamente cuál era, pero me retrotraía hacia alguna selva africana. Había una mujer adentro de la choza, una mujer de cabello azabache muy largo. Vestía una túnica blanca y abría las palmas de sus manos apuntando al cenit, la desconocía. Dos hombres arrojaron líquido sobre ella, provocando una envoltura de llamas que la iban consumiendo lentamente, pero a pesar de esto, su figura seguía transparentándose entre el fuego, permanecía intacta en el tiempo y aún así comenzó a hablarme, hizo una advertencia; me pidió que no dejase que lo que amenazara me consuma, que no se hiciera realidad (Pensaba entre mí, como le estaba sucediendo a ella). Desperté y nunca pude saber con exactitud que era aquello que no debía dejar que se convierta en realidad y me consuma; ¿quiénes eran esos hombres salidos de la nada que la violentaron? ¿Quiénes debían ser los hombres de los que tendría que cuidarme en mi vida real?, ¿quiénes serían eran esos jóvenes que violentaban mi hogar o mi cuerpo? la vida que continuaba después del sueño”
Como había mencionado anteriormente, algunos dotados en el tema, no podían responder bajo ninguna teoría los fenómenos que exceden la realidad. Aquello que relataba, oscilaba entre ser la pitonisa de mis propias creencias, o el estereotipo de mujer que yo deseaba ser (según los profesionales).
A lo que no devuelve respuesta trataba de desentenderme, pero al poco tiempo volví a contemplarla, aunque en esta ocasión había trasgredido el sueño. Había ido a visitar una de mis amistades, tenía una estampita en la pared de su casa, y en seguida pude reconocerla con las palmas abiertas, la túnica y el cabello negro, caminando sobre el agua. Saqué la estampita de la pared y leí su dorso, sentí un cosquilleo en el estómago, la fecha de conmemoración coincidía con el día de mi nacimiento y si bien era una tontería, también era verdad que yo nunca la había conocido para poder inventar una historia y menos aún, que la fecha donde se realiza sus ofrendas era la misma que la de mi nacimiento. El cosquilleo en el estómago era como sentir que alguien hacía un llamado en el hombro y no se puede eludir ese “algo” que debemos escuchar. Empecé a investigar su historia y otra vez había un detalle que la hacía involucrar a mi sueño, la providencia de la imagen era de Nigeria, los esclavos negros la trajeron a Latinoamérica y aquí, la concentración más grande de su conmemoración se realiza en las playas de Salvador de Bahía, en Brasil. Ese mismo año, decidí acercarme para la fecha de mi cumpleaños a la costa del río y fui a sentarme a una roca. Vestía de blanco de pies a cabeza porque era parte del ritual y empecé a pensar en silencio, a realizar una oración como podía o como si conversara con un conocido. Creo, que como toda ingenua romántica que aún quiere creer en el amor, pedí por aquello. No pedía a nadie en especial, porque el destino no tenía nombre, sino secretos. No había podido encontrar en el camino flores blancas que también eran parte del ritual, ¡viaje con la mirada fijada en el piso, para arrancar cualquier flor por mínima que sea! pero era inquebrantable que no fuese blanca. Me retiré disculpándome de no haber podido cumplir la ofrenda al pie, repitiendo entre mí, que la búsqueda de flores fracasó antes de sentarme. Estaba apartándome del agua y delante de mí roca, al lado de mis pies apareció un gladiolo blanco. Sentí de nuevo el llamado en el hombro y salí con la idea de que había algo empezaba acercarme, pero aún no había encontrado una respuesta certera.

Los paraísos que devienen en infiernos

Al día siguiente de la ofrenda había ido a pasar unos días a un pueblo con dos de mis amigas. En aquel lugar conocí a Máximo, aquel hombre que había cambiado el curso de mi vida, o mi manera de establecer las relaciones. Integraba el ilusorio estereotipo de compañero que había visualizado. La laguna del pueblo estaba custodiada por una estatua enorme de Stella Maris. Creí que él respondía aquel interrogante sobre mi pedido del día anterior, lo que pase por alto es que estaba el interrogante y la advertencia. Mi primera impresión era dudosa, sentía que había una extraña familiaridad, un exceso de demanda de amor de su parte, teniendo en cuenta que no había un vínculo formado. Asimismo existió una fuerte conexión emocional que atraía. Lo veía niño, solitario y conmovedor, con tanto para decir, con heridas sangrando y expuestas para que alguna alma piadosa lo ayude a cerrarlas, mientras lo acurrucaban en el vientre. Era demasiado niño para tomarlo como un par en ese momento. Pero el tiempo hace de nosotros lo que él quiere que seamos, ¿quién dijo que la máquina del tiempo no existe? Pasado un año de aquel encuentro, las circunstancias me redujeron a sentirme una niña, entonces que mejor espacio que refugiarme en aquel muchacho. A los pocos meses comenzamos una relación en caída libre. Como en los sueños, nuestra cotidianeidad se tornaba tan apacible e idílica como tormentosa y cruel. La relación marchaba con altibajos, había empezado acentuarse una soledad ya conocida en otra etapa, empecé a evaluar en silencio que había viejos esquemas que empezaron a perturbarme. Los recuerdos desagradables son demasiados y la expresión en palabras resultaba inabarcable. Descubrí que no había solo un niño solitario detrás de sus ojos.
Como buen ajedrecista, aseguró que en sus jugadas posteriores no habría posibilidad de que la sierva se fuese servidora de otro rey. La temperancia y la noción de seguridad que solía tener, había empezado a ser pujada por la frustración. Caí en su juego perverso, empecé a utilizar las mismas armas con las que se imponía, las mismas leyes y castigos; y lamentablemente logró su propósito, encerrarme en un laberinto sin espejos donde perdí toda referencia de salida. Cuando dejé de ver mi rostro, encontré que la única manera de sobrevivir es convertirse en el enemigo.
Sin embargo, en medio de aquellos años volví a soñar con ella y por algún tiempo mi cuerpo estaba matizado de esta serenidad.
“La mujer de cabello negro muy largo y túnica blanca, se encontraba adentro del mar. Pero esta vez las manos no solo apuntaban al cenit, sino que me invitaban a incorporarme con ella. Ingresé, con una entrega confiada y dejé que ella tomase mis manos, que me llevase con ella mar adentro. No sentí miedo, era silenciosa y estaba rodeada de un mar en calma que aparentemente nos protegía, era una especie de vientre transparente que se abría hacia el cielo”
Viví aquel tiempo con Máximo vacilando si él era para mí ese vientre transparente y manso que protegía o era una llama que desgarraba de a poco, amenazando con destruirme. Pensaba que él era un ser idílico y cruel, era ingenuo y cínico, era un prometedor de ilusiones que por etapas, se arrepentía de los rasguños con los que marcaba su territorio.
Su personalidad era costosa de digerir, llegaba a cambiar desproporcionalmente su discurso en relación a los pocos días, trasgredía su propia ley, pasaba del amor incondicional al abandono, pero el nivel sobreestimado de manipulación lo llevaba a pedir en lágrimas ser recibido, se autocalificaba descalificándose para reparar lo destruido, remachaba cada acto con arrepentimiento; palabra que prefiero mencionarla en contadas ocasiones; ya que entre el arrepentimiento, la hipocresía o la idiotez, no encuentro la más mínima diferencia. Es más, había llegado a la conclusión que la palabra “Perdón” era un insulto a la ética, una deformación de la propia etimología de la palabra.
Me pregunto quién es él en realidad, o si es las dos personas al mismo tiempo. Incondicional como las manos que me tomaban apuntando al cénit, o si es aquel muchacho que ahogaba en llamas a la mujer; una persona que oscila entre el amor y la provocación sin un mínimo rastro de autocrítica o remembranza. ¿Con quién dormía? ¿A quién le volvía a creer? ¿O acaso yo me estaba me estaba carcomiéndome a mí misma, como la serpiente que se come su propia cola para volver a renacer? O la última opción… era la de haber sido la creadora de mi propio demonio.

La ofrenda

Conocí una mujer que me llevó al templo. Cuando ingresé me encontré en un espacio humilde, había unas cuantas personas a parte de nosotras. Uno de ellos, el hombre mayor, se hacía llamar “El baba”; era el abuelo de religión de uno de los muchachos, padre y esposo de algunos de los que estaban allí. Me invitaron para el armado de la barca, una barca repleta de frutas frescas cortadas, adornada con cintas blancas y celestes cruzándose por el mástil… maíz inflado hilado en guirnaldas, unos cuantos litros de perfume volcado en su interior… y dentro de la barca las cartas, los deseos de los presentes enterrados en el fondo de ella.
Empezaron la ceremonia. Me vestí de blanco de pies a cabeza como todos. Una de las mujeres se acercó al centro y comenzó a girar, mientras alrededor suyo acompasábamos su ritmo con ladeo de las caderas y un cántico en portugués que no llegué a aprenderlo. Su forma de caminar fue tornándose, empezó a emanar una especie de gemidos, y a cada uno de los que pasaba al centro junto a ella, les hacía una danza con la pollera. Fue mi momento, y se quedó un rato considerable bailando y haciendo una purificación de mi cuerpo azuzándome con su pollera, mientras ellos continuaban acompañando la danza con los cánticos, dos de ellos tocaban, un bongó y además un cajón peruano. Era una ceremonia alegre que contraponía a los prejuicios instalados por los ortodoxos católicos, recordé la expresión de otras religiones donde la danza es un ritual que merece respeto y aquellos dogmatismos que al parecer pierden credibilidad con el tiempo, seguían atravesando la conducta, aún hoy reverberaban en el inconsciente colectivo, aceptar el sufrimiento por la razón de emerger de un coito, sobre poner la otra mejilla corriendo el riesgo de que el otro se quede con nuestro el pellejo en carne viva, o con la cabeza estrolada contra la pared; de amar hasta la muerte, como si fuese posible una convivencia armónica entre eros y tanatos, una postura estoica hacia la alegría y una lealtad de hierro a la amargura ¿cuál es la razón de ser entonces en este esquema? un filósofo decía “ Si Jesús resucitara se arrepentiría de su propia doctrina” y era así, entre la parábola y la institución había una fractura notoria y contradictoria si se empezaba a indagar en la historia. No quería caer en la red de ningún fanatismo, pero si disfrutaba ser parte de como cada una de las religiones expresaba su devoción, la construcción más visceral de la fe y en la fe estaban los lazos más intensos con la esperanza, con el amor, allí se delataba la fractura de ser parte de una institución que promulgaba la subordinación. Y a pesar de esto, estaba enceguecida y presa de las mismas razones que cuestionaba.
El ente se retiro del cuerpo de la mujer y de allí partimos hacia el río. Ingresamos en fila, cantando. Más allá del goce de ser parte de la ceremonia, una natural desconfianza ponía en duda las cosas que habían sucedido, aunque admito que me gusta jugar a creer por un rato, aún así no dejaba de sentir la piel erizada de un romanticismo particular con aquella figura, permitía aflorar rituales antiguos que de algún modo me pertenecían.

La gitana o la neurosis

El “baba” volvió a comunicarse conmigo, me encontré con él una semana después. Dijo que necesitaba verme. Volví a ver a todas aquellas desconocidas personas con las que había compartido el día. Ingresé a su especie de “confesionario” y entonces me preguntó cómo me había sentido, y después me comentó porque me había llamado, una vez que confesé porque yo no sabiendo nada sobre aquella religión, tenía tanto interés por aquella imagen. Entonces empecé a contarle cuantas veces había soñado con ella, incluso antes de tener conocimiento sobre su existencia; los objetos que fueron brindados por personas que me rodeaban, donde también sucedía que ellos no sabían cuál era mi relación tenía con la imagen; y las acciones que se manifestaron cada vez que realizaba una ofrenda teniendo en cuenta que nunca mis acercamientos se llevaban a término sin su protocolo correspondiente. Fue entonces cuando me devolvió el día que había asistido a la ceremonia, había observado que me encontrada custodiada de dos entes, una protectora de agua, pero por otro lado, un ente de fuego, que estaba pegada a mi espalda, una gitana descendida de andacía. Me dijo que la gitana no debería estar pegada a mi lado, porque iba a coartarme, absorbiéndome la energía, y balanceándola hacia decisiones equivocadas; que iba a lastimar a muchas personas que tenía a mi lado porque tenía dos seres conviviendo en mi cuerpo, ya que tenía una canal de mediumnidad abierto… por lo tanto debería cerrarlo.
Seguí hablando durante las cuatro horas siguientes. Salí de allí riendo, porque hablaba con un profeta de Villa domínico que se había armado un templo en su casa; al mismo tiempo estaba muy asustada, me sentía poseída. Me habló de todas las cosas que me iban a suceder si yo no potenciaba ese canal o lo cerraba. Me acordé de mis tías y maldije que no estuviesen en vida para poder escucharme. Quería ser racional y reírme de tener tras de mi culo una gitana colgada. Quería contar con un teléfono en mano para contarle a mi pareja que en realidad siempre se estuvo acostando con tres mujeres y que como ellas me balancean muchas de las cosas que digo, no soy yo y son ellas. Pero justamente esa noche estaba sola, porque Máximo trabajaba de trasnoche. Fue duro apagar la luz y poder pegar un ojo, sin temer a escuchar alguna voz externa que me hable y me ocasionara un colapso, o girar en la cama y rozar con cabellos ajenos. Ese hombre había logrado en mí, poner en tela de juicio mi propio criterio y sentido común; porque pese a que no lograba creer del todo en lo que me había advertido, tampoco podía dejar de recordar las situaciones que yo había experimentado antes de conocer ese templo. De todas formas elegí no volver nunca más. Así resolvía las cosas que me dolían muy profundamente, extrayéndolas de raíz; y esto se aplicaba a las personas. Nunca entendí del todo ese mecanismo, pero a veces me sorprendía para bien y para mal. Tenía una capacidad para romper los vínculos sin dejar pasar un mínimo de nostalgia. Temía que fuese una omisión, la fachada de las emociones irresolutas. Pero bueno, servía para seguir adelante y punto; el único problema es cuando el otro cae en la obsesión y no hay punto que valga.

Aquel primer día que soñé con la figura de la mujer, y lo presenté como una redacción. Cuando empecé a crecer, me sentí perseguida de mis propias creaciones. Yo había situado en aquella redacción a la mujer con veinticinco años. Aquella mujer era morena, de ojos oscuros casi negros; al mis veinticinco estaba físicamente aspectada como la mujer de mi relato. Pero mi fantasma era que yo la había hecho quemar viva, quemada por pensar transgredir normas (Como las “hechiceras” del oscurantismo) según sus enemigos. Me preguntaba una vez más, si esto no era simbolización de los propios demonios que se construyen las personas para auto boicotearse. Si los demonios en el occidente del siglo veinte se habían denominado “Neurosis”. Si la expresión de aquella quema, era el castigo por la confianza entregada en demasía o la inversa, el castigo por querer transgredir alguna persona que en algún momento pasó por mi lado depositando su confianza. Tenía miedo, me sentía incomprendida y que nadie, como dije tantas veces, ni aquellos dotados en el tema podrían responderlos fenómenos y la relación con nuestro psiquismo, con el destino que trazan las causalidades. ¿Dónde queda delimitada la arista que separa la espiritualidad de la construcción mental? Cuando vemos a un espíritu, una luz en medio del campo, u oímos un llamado, un sonido gutural, cuando sentimos un calor o escalofrío repentino en la piel, ¿qué significa? Que son construcciones del pasado o energías que irrumpen en nuestra dimensión. ¡Había cosas que existen, las vi, lo juro! ¿Era así? No se… ¿yo era una protegida por una nutricia diosa del mar y una gitana atorranta? ¿Tenía un canal de mediumnidad abierto que hacía que los entes ingresaran en mí o solo era que emanaba un aire de promiscuidad? O quizá en todas los seres humanos, la constitución de la genética nos podría hacer sobreprotectores, incondicionales, pero impulsivos y destructivos; dependiendo de los factores y las relaciones que sucumben las etapas de la vida.
En este momento de la relación que formaba parte, sentía una infelicidad y frustración de provocaciones cada vez mayores, oscilaciones y mentiras, cambios de estado, de palabras, caminaba entre brasas, el perdón no existía, había rencor de ambas partes, la relación era una guerra interminable. Desde hacía muchos tiempo me ví obligada a convivir con viejos fantasmas; fantasmas que me acompañaban hacía años, que él me los había presentado, fantasmas que en los ratos libres él seguía construyendo, incluso a costa de la inseguridad y el dolor que conlleva; tratándome de inducirme a que acepte el dolor como forma de vida, adaptarme a su medida a través de la manipulación del sentimiento. Era una herida que no cerraba, y que Máximo salaba a lo largo del tiempo para recordarle a mis nervios que trabajen incansablemente en destruirme la tranquilidad, para así salvaguardar su miserable y acotada autoconfianza y mantener el control. Había un apego enfermo a lo que la relación había sido en un principio, a veces ese desborde queda confundido con el amor. Me costaba tomar la decisión de separarme por completo, porque él se transformaba, se calzaba el disfraz de víctima e ideal que me hacía sentir culpable o que nunca podría volver a restituir una relación, palabras inductivas que él traía a la mesa. Llegué a desear el llegar a un estado de invisibilidad del sentimiento y que toda esta vinculación con él fuese detenida por algo o alguien externo que impida que algo peor suceda, lo fue. Las últimas ocasiones las amenazas eran constantes, como todo rey sin corona, denigraba insultando con el vocabulario más grosero que atraviesa su acotado espectro de argumentación. Por cada jugada, doblaba la apuesta, porque los reyes sin corona deben ir por la vida pisando la cabeza para ganar el respeto que no pueden imponer con su sola presencia. Mi reacción fue aún más desmedida, porque la única defensa que encontraba era introducir sus reacciones y devolviéndolas con un mayor grado de transgresión para no sentirme sometida. Me apropié de todo lo que me provocaron los años compartidos, y la mente estalló en milésimas de partes ¿por qué me tocaba siempre la peor parte de su historia con él?, ¿por qué tenía que ser la mujer que cobró todos los maltratos de sus frustraciones? Fueron segundos donde ya separada de aquel instante y de aquella persona, me vi desbordada, vi a una mujer que no era yo, pero si lo había sido, desgraciadamente me había convertido por unos segundos en una persona desagradable y enferma, despersonalizada; confundida de rencor y odio depositado en la persona que supuestamente “amaba”. Pasaron tres días y Máximo volvió a tomar la decisión de entramparme en su ausencia, aquella que nunca podía predecir, porque nuestra relación era una tormenta en el ojo del huracán, que se despeja para volver a azotar cuando uno menos se lo espera. Eso era Máximo para mí en ese momento, un desborde de la naturaleza que me dejaba sin más remedio que tragarme la angustia de aceptar la soledad que generaba lo inevitable, pero no por una cuestión de nostalgia sino por el atragantamiento de las palabras, la latencia de un suelo inestable que permanentemente desestabiliza. Las rupturas se realizaban cuando él disponía y no permitía, no concebía no ser elegido, no recibido incluso después de generar los motivos para que otro prefiera su distancia, transgredía las mismas leyes que imponía, su nivel bajísimo de consideración hacían que odie la mitad de su alma. Llegué al límite de detestarlo, o detestar a la personalidad destructiva que convivía en su cuerpo, aquella que no recordaba que había pactado conmigo y con la elección de haberlo elegido como pareja, como amigo, como amante, como futuro. Llegué a odiarme a mí misma, porque lo había dejado entrar en mi vida, aún después de innumerables rechazos y desilusiones, me auto reprochaba no haber escuchado mis percepciones antes que a sus llamadas telefónicas, desde aquel día que lo había conocido. Podía ver detrás de sus ojos un ser detenido en el tiempo y la tristeza, colmado de rencor y aquello lo cobraba en mi cuerpo, en mi mente, en las anteriores que estuvieron en mi lugar, una trampa con doble moral, lengua de serpiente venenosa, un narcisista potenciado por su familia, donde la injusticia y el autoengaño quedaba atrapado bajo el escombro de lo no dicho, de la carencia en la búsqueda de recursos y voluntad para cambiar la oscuridad; sosteniéndose entre las mentiras que construyen para no salir de ese laberinto sin espejos; donde yo había quedado atrapada y sin reconocer a ninguno de ellos, ya que hoy en día como tantas veces, no podía encontrar un mínimo indicio para saber donde quedaba parada en aquel infierno donde me había sumergido, con la falsa titularidad de llamarlo “amor”, palabra peligrosa que salía a borbotones de su boca, ¡ni la menor idea de los litros de lágrimas que desbordaron de mí desde que nos habíamos emparentado! mi idea del amor fue distorsionándose. Hoy en día me pregunto qué era lo que me había enamorado ¿Me enamoré de su discurso estratégico y no de la persona? ¿Me enamoré de lo que quise creer? ¿de la obsesión? pero tenía la misma facilidad para sacarme de su vida, o hacerme presente siempre a las “otras” para que nunca tenga la tranquilidad de ser la única, y así me demostraba lo insignificante que le resultaba; entonces esta posición se volvía un castillo de arena que podía por un momento pasajero formar una estructura que nunca podría sostenerse en la realidad, porque aquel elemento no nace para eso y simula que puede hacerlo aunque nunca lo será. Maldije a la psicología que me hacía pensar que debía ser tolerante con las personas. Tardé demasiado tiempo en sacarlo de mi lado, lo traté como un hijito abandonado y rebelde del cual me hacía cargo, cuando debería haberlo mandado a guardar con la suya; como aquel niño desolado y sin repuestas que mira a su alrededor, así lo había descripto con ternura cuando lo conocí. Pero yo no era su madre, era la pareja y esto lo había entendido a fuerza de mucho dolor, ¡confundí todos los esquemas! desde que la procedencia de mi madre-niña rebelde y aquella forma de vinculación, de escena tortuosa, la estaba repitiendo con Máximo, un hombre que sigue siendo niño, sin pertenencia, que deambulaba por los hogares de la gente buscando lo que pueda sacar provecho.
Alguna vez me alertaron con una frase que quedó resonando en mi cabeza. “entre un miserable y un inseguro, quedate siempre con él miserable, porque es fiel a su naturaleza y uno juega a las cartas sabiendo quien está enfrente; a lo sumo, uno juega con la esperanza de que puede cambiarlo con amor, teniendo la certeza de que cuando uno menos se lo espera, se escapará por la puerta trasera. Pero un inseguro es un pobre tipo que porque no tiene una personalidad definida, adopta personalidades para que su pobrísimo autocontrol no se le vaya de las manos”.
La vida nos junta con la podredumbre o con la paz con la que está pintada el alma; y él ya no sería más mi problema. Hacía demasiado tiempo que yo misma me había vendado los ojos; pero era tanta la podredumbre que me envolvía, que aquella venda terminó de desgarrarse para siempre.
A decir verdad empezó a pesarme la edad y aquella ilusoria visión del amor, había sido destrozada después de una efímera incursión al Tantra que a pesar de buscar potenciar la sexualidad, uno se encuentra con un erudito en opinología que reduce el enamoramiento a una receta de un laboratorio. Los veintiún años fueron los últimos que sentí holgados y posibilitados de la utopía. Entonces empezó la pirámide de los idiotas; la caída del imperio de los super-dotados, la desmitificación de los poetas, el totalitarismo contra los bohemios que viven de los recursos de otros, y la certificación del psicoanálisis, que además funciona como la declaración de la guerra a los convivientes. Después de unos cuantos años me preguntó ¿es posible amar en totalidad? ¿La maternidad desplaza la tensión, por otras presiones más tiernas que ofrecen los niños?

Cambiar la piel o un llamado al Ouroboro

Ser derrotado y ser guerrero ambivalente de la propia historia… eso me había enseñado Casandra “Todos somos un poco héroes vestidos de tontos, o un poco tontos vestidos de héroes, desnudándose mutuamente”. Había aprendido que cada tanto era bueno ser tonto, porque la hoja está en blanco, en cero otra vez.

Abandonando la pasión, se recostó distendida y agotada. Me dio de beber de sus ojos sangrantes, de esa bebida ácida y amarga que brotaba de ellos, que no eran lágrimas y no eran sangre precisamente, “así sabe la ceguera” me dijo, y bebí demasiado, me embriagué de esta para recordar por siempre lo desagradable que resulta.

¿Qué buscaba Casandra en los fantasmas ajenos, en los recovecos sin retorno?
¿Por qué le gustaba tanto husmear entre los muertos y pensar que solo reía de ello? Sabía muy bien que cuando se presenta un fantasma que resultaba semejante, era una tarea filosa, y empecinada en comprobar lo que se esconde detrás de los espectros, quedó encerrada en el laberinto sin espejos, perdiéndose a cuentagotas.

Una estela de polvareda nauseabunda envuelve el tiempo, entorpece, destruye, y después de la destrucción, la hoja en blanco en manos del tonto; esa tonta Casandra con el tiempo y la memoria calcada en la piel, asqueada por voluntad de beber la ceguera, para no volver a caer en las manos de ningún laberinto sin espejos, para no permitir que otras obscuridades se instalen decidiendo, ninguna de las dos partes sale ganando donde hay un juego perverso. Allí recordé el significado de coexistir con la gitana, y quedar atrapada en sus círculos de fuego.

Tantas mujeres irreales en mi vida… ¿qué tenían para decirme? Tantos años conviviendo con personas que no existen en el espectro real, que no podían ser capturadas por una fotografía, me hizo creer en las almas que aún siguen custodiándonos invisibilizadas. Tantas derrotas detrás de la obsesión, me hicieron creer en el azar de encomendar el amor a una barca sin destino. Y en la tierra aparentemente muerta encontraba una riqueza de silencios estrangulados, entre los enraizados que forman murallas desde la inocencia de haber sido una nervadura tierna y ondulante. Me gustaba revisar los cuartos cerrados para saber cuántos años detenidos hay bajo del polvo y hurguetear… buscando una verdad cada vez más aguda, para así deshacerme cada tanto de las viejas certezas, sin perder jamás la esencia bajo todo el desmantelamiento… aquello que nunca dejaría de existir, podría transgredir en el tiempo, siendo la autora de esos instantes que construía. El deseo por los secretos era el legado las mujeres de quienes había emergido… el camino incesante para llegar a la inmortalidad.