jueves, 12 de abril de 2012

Disociación


Me gustaba que ella, Rosario, estuviese cerca de mí; me daba tranquilidad. Rosario era una mina que tenía buena leche; a mí no me gustaba su nombre y a ella tampoco, entonces en vez de Rosario la llamaba Amanda, me sonaba a que solo una persona única podría llevar ese nombre, y rosario era sí.
Hacía dos semanas que habíamos vuelto de unas vacaciones, ¡qué espantoso fue volver y ver el cemento grisáceo humeando calor, después de haber pasado veinte días caminando sobre los morros del Brasil! No éramos novios, pero nos permitíamos compartir la soledad, pero a pesar de que los años seguían pasando y teníamos la libertad de ser amigos, acostarnos y volver a ser amigos, había algo en ella que no me permitía despegarme. Me gustaba, siempre me había gustado, pero de una manera que no termino de comprender, se podría decir que la relación con ella podía escindirla, a veces mirarla como si no fuese ella. Para la gente que nos conocía, les sorprendía la relación, tanto, que teníamos que desmitificar continuamente a nuestras familias o los amigos, quien representaba el otro para cada uno de nosotros.
Vivíamos juntos en el mismo departamento, cada uno tenía una habitación. Salvo por el pésimo concepto que mi mamá tenía sobre nosotros, más que ninguna otra persona, podíamos sentir que teníamos una convivencia realmente muy agradable. Mi mamá se oponía a que viviera con Amanda, ella no entendía, le molestaba todo lo que no coincida con su “protocolo del buen vivir”, me decía de Amanda que era oscura, rara, que iba a traerme problemas a la larga, que yo no iba a formar pareja por su culpa, que Amanda me confundía y me provocaba sexualmente, claro que ella no sabía que nos acostábamos; así, decenas de reproches. Cuando mi mamá venía a visitarme, llamaba antes para asegurarse que Amanda no esté, para poder desinteresarse sobre la vida de su hijo y dedicarse a criticar a mi compañera de cuarto. Era insoportable, y lo peor era que sentía culpa por Amanda. Admito que me sentía incómodo al saber que tenía que convivir conciliando las desautorizaciones sobre ella. A rosario la había conocido hacía unos diez meses, estábamos en la misma fila de la parada de un colectivo, fue allí que empecé a observar su aire de distraída abstracción que tanto me atraía, durante el recorrido la perdí de vista porque era tal la cantidad de gente que había ingresado que naturalmente nos distanciamos; bajamos, y ambos coincidíamos en el destino, la biblioteca. Yo me fui por unas estanterías a buscar unos libros de historia y ella se había ido por los recovecos de la sección de esoterismo. Ella se sentó en la mesa opuesta en forma oblicua. La miré, mientras a la vez simulaba que leía lo que había ido a buscar. Ella era más discreta, pero no por eso menos directa, de hecho, se levantó y me dejo una tarjeta personal “hago trabajos de limpieza de hogares… limpiezas de energías, no doméstica, cuando quieras o necesites tenés mi teléfono” le agradecí avergonzado, vi como se retiraba a través del reflejo del vidrio. Esa espontaneidad me fascinaba de ella, yo nunca me hubiese levantado con una excusa tan poco propicia para acercarme a un hombre de veinte y pico de años. Ella no tenía problema en decir y desdecirse. Nos atraíamos, pero no sé, me atraía y no, sabía que era de ella lo que me gustaba, pero no, lo que no me permitía mirarla con ojos de pareja en totalidad. Amanda era esbelta, atractiva, era imposible no mirarla como mujer, además de que la apreciaba y me fascinaba su personalidad como había mencionado; pero así y todo no podía, además creo que ya era tarde, había una deleite que a mi parecer, lo habíamos agotado entre nuestras noches de soledad.
“Marcos, ¿bajás las ropa de la soga? Por favor… me bañé y me falta la ropa que lave hoy, tengo frío para salir afuera” Bajé la ropa y se la alcancé, me agarró la mano y me tiró a la cama con ella. La ropa quedó abajo nuestro arrugándose, pero ella no quiso que tuviéramos relaciones, se quedó conmigo abrazada y desnuda sobre la cama. Me pareció raro en ella, porqué era cariñosa, pero no nunca buscaba refugio en mí, supongo que tenía otros hombres, aunque no me lo dijera. Al rato estaba encima mío y si, esta vez comenzamos a besarnos.
- Deja de decirme Amanda, no quiero que me llames más así
- Pero no era que Rosario no te gustaba ¿qué te sonaba a catolicismo?
- Sí, pero ya no quiero, decime Rosario
- Bueno… ¿te pasa algo? – le decía riéndome
- No, nada, ya me aburrí de que me llames así
Terminamos de estar juntos esa tarde y seguí con lo que estaba haciendo antes de alcanzarle la ropa.
El fin de semana, le pedí que me acompañe como todos los fines de semana a pescar y Rosario me dijo por primera vez que no podía. Fui solo, no me sentía ofendido, pero era raro no tener su compañía “quizá no me quiere decir y va a salir con alguien”, pensaba. Cuando volví a casa cerca de las ocho de la noche, me di cuenta de que había estado toda la tarde en el departamento. Entré despacio a su habitación pispiando por si estaba recostada con alguien y la vi, sentada en el piso, con las piernas cruzadas, no tenía ni la radio puesta, me llamó la atención porque a ella no le gusta el silencio por nada del mundo, ¡si cuando se corta la luz tengo que hablarle de cualquier cosa para que no se largue a llorar como una criatura! No la quise molestar, a veces uno quiere estar solo y que la gente no perturbe lo que pensamos.
- Voy a hacer unas pastas ¿comés Ro?...Ro ¿comes?...pastas voy a hacer, ¿te gusta?...Rosario ¿qué pasa?
Me asusté, me senté a hablarle a la cara, a zamarrearla, porque no me contestaba, grité su nombre un millón de veces hasta que me dio una trompada en el medio de la cara
- Rosario, ¿qué hacés? Loca de mierda… ¡te estoy hablando estúpida!
- no me llames Rosario, te dije, imbécil, decime Amanda
- ¿Pero ayer no me dijiste que no querías que te llame más Amanda porque estabas aburrida?… mirá, me tenés harto, no sé qué te pasa. Voy a estar en la cocina si querés comer.
No sé que le pasaba, no quería hablar con ella. Realmente no me parecía que fuera muy coherente de su parte pegarme una trompada porque le había llamado por el nombre que nunca le gusto y que de hecho, me había pedido que no lo vuelva a hacer. Creo que está loca como la mayoría de las mujeres.
Al otro día hizo como si nada ¡ni una miserable disculpa me dio la desgraciada! Desayunó al lado mío. Estaba distinta, no era así de indiferente. No me animaba a preguntarle que le pasaba tampoco. Esa noche yo había invitado otra amiga para que se quede a dormir, esas amigas que yo coleccionaba para compartir la soledad. Por las dudas sentí la necesidad de comunicárselo a Rosario. Había estado tan extraña que tampoco quería incomodarla en su propia casa, me contestó con un gesto de asentimiento y se fue a su dormitorio.
Celeste había sido mi compañera de la secundaria y conocía a Rosario desde hace cuatro meses, se cruzaron pocas palabras, pero entre ambas siempre hubo un trato cordial que me dejaba tranquilo, porque sabían la relación que tenía para con ellas. A mitad de la madrugada Celeste se había levantado al baño y cuando volvió a la cama, me dijo que abrió la puerta y encontró a Rosario detrás, como esperándola. Celeste preguntó si es que ella tenía que usarlo y ella no respondía como había hecho conmigo el día anterior. La vi atemorizada y entonces la abracé hasta que se quedó dormida. Al otro día cuando nos levantamos, Rosario estaba alegre, parecía que nada de lo que haya sucedido la afectaba y nos desconcertaba. Pero a uno le despertaba ese no se qué, que obligaba a mantener cerrada la boca sin cuestionarle los altibajos que estaba teniendo últimamente. Descarté también mi idea de que fueran celos hacia otras mujeres, ya que la veía tan relajada con Celeste, que no podía haber sido aquello lo que la inquietara. Lo que pasaba, es que Rosario se ganaba la vida con esos enganches espirituales, limpiando hogares. En el fondo no era creyente, era más astuta y tramposa, abusaba de los humildes, desde una buena ley inventada y decretada por ella, sosteniendo que por la misma persuasión, hacía el mismo bien que si realmente poseyera dones paranormales. Decía que a través de las palabras transmisoras de fe y optimismo, hacía que muchas de las cosas que le consultaban llegaran a cumplirse, porque la gente se predisponía a que las cosas se realizaran, su autoestima se reconstruía a rituales y cintitas de colores enganchadas tres veces en la mano derecha, velas violetas o rojas colocadas a las doce de la noche y flores rociadas con orín de animales. A veces creo que ella manejaba muy bien el desapego de estas prácticas que realizaba, pero también creo que la trastornaba; la culpa de los dobleces del discurso siempre pega patadas en el estómago a la larga y a cualquiera. Lidiaba con el amor y el odio que las personas tenían entre sí, a un nivel que bordeaba la enfermedad, y para mí quedaba un poco atrapada en una red de juegos siniestros. Yo no la juzgaba, porque sabía que cuando su horario de trabajo terminaba, era una mujer común; de hecho, teníamos muchas cosas en común, la música, la pintura, la pasión por los deportes. Cuando Celeste se fue, Amanda se sentó en el sillón al lado mío, “se divirtieron anoche, ¿no? Pero no me invitaron” le dije que me disculpe, pero que si hubiese sabido, la invitaría, nunca hubiese creído de ella que Celeste podía atraerle, sin embargo, se levantó, volvió a pedirme el nombre contrario, ya había cambiado nuevamente la expresión del rostro, estaba reacia, como enojada, creí que había sido irónica y se había ofendido de nuevo. “Amanda, ¿qué querés? Basta, ya no te entiendo” lanzó la taza de té que había traído en la mano contra la pared, me levanté de un salto como si tuviera un resorte en el culo. Traté de calmarla pero ella sola se fue del departamento, la llamé unas veces, abrí la puerta sin seguirla, solo repitiendo su nombre, pero ya había comenzado a bajar las escaleras. Estaba muy obnubilado, ya no la conocía, no sabía cómo dirigirme a ella sin que reaccione, no entendía ni la raíz de lo que detonaba en ella esas interrupciones que dinamitaban estallidos. No la llamé a su teléfono, la dejaba, dejaba que se le pasara. No había venido a cenar, guardé los restos de la cena en la heladera. Comencé a pensar nuevamente si no eran celos lo que sentía, pero no. Era tan confuso, porque estaba serena y al poco rato estaba muy irritable, sin motivos aparentes. Hasta lo que podía parecer un motivo, dejaba de serlo cuando su comportamiento volvía a transformarse por otro motivo. Me acosté a dormir.
A la noche oí tornarse la puerta de mi habitación, me di vuelta y la vi a Rosario o a Amanda; me empujo un poco, hasta acostarse dentro de mi cama. A esta altura de las circunstancias no entendía absolutamente nada, me empezó a buscar, a besarme, se acercó a mi oído y me dijo “perdoname, estoy un poco nerviosa y confundida” le acaricié la cabeza, le contesté “No importa Rosario, no estoy enojado” me pidió otra vez a los gritos contradiciéndose que no la llamara Rosario. La besaba para que deje de hablar y trataba de ponerme encima de ella para ceder su fuerza. Al otro día intenté llamar a su hermano, porque sabía que en su familia su padre tenía un problema psiquiátrico, quizá ella lo había heredado y convenía empezar a tratarla, también sumado a ese mundo del que ella trataba de obtener rédito, no era una combinación muy alentadora para la salud mental de nadie.
- David, ¿cómo estás? Soy Marcos, necesito que vengas a ver a tu hermana, está muy rara, pero acercate a casa que te cuento. Yo creo que está pasándole lo mismo que a tu viejo, yo no sé cómo tratarla
- Bueno, hay que ver si es para tanto… ella siempre tuvo trastornos de chica y de adolecente, pero no lo mismo que él, después anduvo muy bien
- Esta rara, se contradice todo el tiempo y se enoja mucho, ya le tengo miedo, porque empezó a revolearme cosas, me quiere pegar y después se acuesta conmigo.
- ¡boludo! ¿Eso es?
- Pero nunca me hizo eso
- Capaz no te puede decir que quiere estar con vos
- No, ella no quiere nada conmigo, ni con otros, eso me llama la atención, ¿tuvo novio alguna vez?
- Si, tuvo
- Y porque se peleo
- ¡Qué sé yo!, la gente se pelea, no le pregunto. Mañana paso y la veo. Tranquilo marcos
- Hasta mañana – colgué el teléfono, me había quedado una sensación de que no me había resuelto nada hablar con el hermano.
Esa noche volví a sentir que ingresaba en mi habitación, me di vuelta y la vi a ella; empezaba a molestarme, porque me atemorizaba su sigilo, ese silencio incómodo con que se quedaba fijamente mirándome a los ojos antes de interiorizarse bajo mis sábanas. Pero el desconcierto era tal, que yo había perdido hasta la capacidad de contestarle. Si hubiese sabido antes lo loca que estaba, los problemas que la habían acompañado durante su vida, me hubiese planteado realmente si me convenía vivir con ella… ¡es que créanme no se nota! a veces en la locura hay una línea muy delgada que bordea un encanto indefinible, particular, y cuando se puede caminar de cerca, se observa la realidad, pero ya desde adentro de una cola de cascabel con dientes incrustados en nuestro cuello. Se deslizó por debajo de la cama, empezó a buscarme sacarme la remera y la detuve, lanzó una mirada-puñal, entonces la dejé que continuase, siguió besándome, me mordía y empezaba a dejar de ser agradable para ser doloroso, jadeaba acercándose a mi oído, pero hay esta vez a diferencia de la noche anterior empezó a emitir unos sonidos extraños, primero creí que era un gemido, pero después empecé a darme cuenta que era un sonido gutural como si fuese de ultratumba, sus rasgos iban transformándose… como expandiéndose la carne que compone su rostro, atiné a escaparme pero ella tenía una fuerza descomunal en los brazos, me tenía sometido a través de los hombros; me exhalaba unos suspiros con un olor a restos de animal muerto en plena descomposición, de su boca caía saliva abundante que embebía mi rostro de viscosidad, gritaba emanando unos chillidos, alternándose entre agudos y graves, como el retorno de una criatura oculta. Nunca en toda mi vida había sentido tanto pánico, no sabía quien era esa persona que tenía encima del pecho, si era Amanda o Rosario o nunca había sido ninguna de las dos. Me sentía preso de algo, una nauseabunda bestia que carecía de nombre, gritaba con los rasgos mutables, gritaba que dejara de llamarla de un nombre y después me pedía que dejara de llamarla por el otro, así innumerables veces sin dejar de apresarme las muñecas. Hablaba en un idioma extraño, gritaba palabras retumbantes en ecos, no tenía nada en común con lo que David había mencionado sobre ella, esto era indefinible, espantoso. “Dejame en paz, ¡no me lastimes! dejame, soy yo, ¿no te acordás de mi?” me soltó, su piel estaba cubierta de un pelaje espinoso, salió de la habitación. Empecé a pegarme la cabeza contra la pared, quería despertarme si es que esto era una pesadilla, no lo era y en algún momento me desmayé.
Desperté a la mañana, mareado, tenía terror, ya no sabía que podía pasarme. Agarré un palo de hockey y bajé de a poco las escaleras observando por todas las direcciones. En la cocina la vi desayunando en paz, con cuerpo de mujer; parecía que no recordaba nada porque me hablaba alegre y relajada, como siempre había sido.
- Me voy a limpiar una casa
- Creo que es momento que te empieces a replantear tu trabajo, no sé
- ¿Por qué? ¡Ay Marcos yo no me meto con tu trabajo que me parece horrible!
- Te quiero avisar que me voy a ir de acá, no quiero vivir más con vos
- ¿¿Por qué?? No…no, no me hagas esto
- No me interesa, no te quiero ver nunca más, sos… no sé quien sos
- Marcos
- Basta…vos, no sé ¡no sé quien sos! no sé ni cómo te llamás
- Marcos, dejame ayudarte, hoy viene David a verte, quiere hablar con vos
- Si ya sé, lo llamé yo porque no te veía bien, hasta acá llegué… arreglate vos
- No marcos…lo llamé yo, no te veo bien, lo llamé porque me estás preocupando. Te vamos a acompañar a una clínica
- ¿Qué? ¡¿Pero vos estás mal de la cabeza?!, vos y él, después de lo que hiciste anoche, que al final, no sé ni siquiera, si eras vos
- Si, está bien marcos…bueno, lo contás cuando veamos al médico, ¿si, amor?- decía mientras me acariciaba las mejillas
- No me digas mi amor, porque yo no soy tu novio, ni tu marido, ni una mierda tuyo gracias a dios
- Está bien… eso también lo vamos a contar
- ¡Ja! Por supuesto ¿y?
Me mostró una libreta de casamiento, figuraba mi nombre y el de ella, donde aparecíamos casados hacía casi dos años.

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