lunes, 9 de abril de 2012

Acordar con los fantasmas


- “Vení, sentate con nosotros”
Le serví vino en la copa hasta llegar al borde, demasiadas horas las que vendrían por delante y no quiero que se le reseque la garganta. Fabrizio estaba, como acostumbre, hacía ya más de media hora esperando y con una expresión de fastidio, de que uno no sea tan asquerosamente puntual como él. Estábamos los cuatro a la mesa. Siempre faltaba alguno de nosotros y entonces nunca podíamos terminar de cerrar esta historia.
- Esta luz de mierda no me deja verte la cara (Fabrizio a isabella)
- No me tenés que ver la cara, me tenés que escuchar (Isabella a Fabrizio)
- Quiero ver la cara que ponés cuando te estoy hablando (Fabrizio a isabella)
- Decile a René que traiga la comida (Fabrizio a isabella)
- ¿Quién es? ¿tu sirviente? (Isabella a Fabrizio)
- Eso dice en el recibo de sueldo (Fabrizio a isabella)
- ¿Y vos no tenés boca para pedirle? (Isabella a Fabrizio)
- Tengo la voz menos aguda y chillona que la tuya (Fabrizio a isabella)
- Y te olvidás de que lo trato como a una persona (Isabella a Fabrizio)
- También… siempre ví en vos que te identificaste con la miseria (Fabrizio a isabella)
- Y bueno, por algo me habré casado con vos (Isabella a Fabrizio)
- Sí, porque te salvé, sino eras mi mujer hoy podrías ser mi empleada (Fabrizio a isabella)
- Por lo menos me pagarías un sueldo por aguantarte (Isabella a Fabrizio)
- Te lo pago, lo tenés consumido adentro del armario y en lugar que ocupas en la mesa (Fabrizio a isabella)
El mayordomo se acercó a la mesa y nos sirvió la comida. Tomé la copa con la mano y sonreí a ELLA, que estaba al lado de Fabrizio, a su lado estaba ÉL siempre cabizbajo, opinando escaso, recibiendo órdenes. Me levanté a cerrar la ventana, cuanto mayor es el encierro, la presión aumentaba, y esto acabaría más rápido.
- René puede apagar la luz de la cocina? Deje solo esta, si, si… no importa que no se vea, gracias, a ellos les molesta tanta luz – Se dirigió Isabella al mayordomo
- Te molesta en serio? – Fabrizio a ÉL
- No le preguntes cosas ya sabés, todavía es necesario que preguntés obviedades- Isabella a Fabrizio.
- Y si cambió de opinión? - Fabrizio a Isabella
- Ellos no cambian de opinión, por eso están acá… empezá vos por favor… servile vino, no seas egoísta- Isabella a Fabrizio.
- Puede que sea menos egoísta de lo que vos sos de borracha- Fabrizio a Isabella.
- No te preocupes cuando ellos se vayan, yo creo que también, estoy segura que no voy a tener más que hacer al lado tuyo- Isabella a Fabrizio.

Con Fabrizio nos cruzamos de brazos y nos quedamos callados. Aquellos dos que acompañaban a la cena, empezaron a dialogar. ELLA, inició sin ningún preámbulo afirmando que yo me ahogaba en mí, me ensimismaba, como buena atormentada; pero ÉL le retrucaba que Fabrizio en el fondo había querido protegerme, a pesar de que se dirigía como si yo fuese una esclava. Decía que Fabrizio no me odiaba, lo que sucedía es que era un tipo vulnerable y ¡pobre! Había tenido bastante con los padres. Entonces ELLA le recordaba que yo tampoco había nacido en un jardín de rosas. ELLOS, Él y ELLA entretejieron un discurso donde aparentemente Fabrizio estaba conmigo, porque siempre había sentido el deseo de protegerme, aunque al tiempo me maltrataba. Yo lo acobardaba porque era furiosa, decían que si fuera más inteligente tendría que darme cuenta que él me estaba pidiendo a gritos atención, y me trataba de la misma manera que lo trataron, igual decían que yo era masoquista, y que en el fondo me gustaba tener argumentos para poder seguir siendo la mártir. A pesar de ello casi nadie me conocía en profundidad para juzgarme. Se decía que yo no tenía paz, que era un pozo sin fondo, inabarcable, insondable, insaciable, con las cicatrices abiertas que dejaba el desamparo, con esas razones o imágenes que no se curan con llorarlas una vez, y podía estarse toda la vida llorando como si fuese la primera.

Me levanté a cerrar las cortinas porque entraba mucha luz todavía, y le pedí a René: - “¿podría encender los candelabros? porque queremos que esta habitación quede en penumbras”. ELLOS preguntaron a Fabrizio cuáles eran las razones por las que se había fijado en mí y a la inversa. Les dije: - “Las manos, me gustan los hombres con manos agrietadas, mi abuelo decía siempre que las manos agrietadas son de personas nobles”. Fabrizio dijo que le gustaba verme cuando daba vuelta la tierra del jardín de la casa donde vivía. Le llamaba la atención el sumo cuidado con que trataba las plantas, y aunque solía ser muy sucia, me veía impecable. Me preguntaron también en qué momento creía que yo había dejado de ser parte de sus atrayentes grietas y me había trasformado en un tajo (así me hacía sentir él cuando me dirigía la palabra) cuando me clavaba los ojos con esa mirada de ave carroñera, gustosa de engullirse mis vísceras. También preguntaron a Fabrizio cuando empezó a sentir que era un gusano, sometido a los más crueles plaguicidas que se escapaban de mi boca, ya que a su entender me corría veneno entre el cerebro y la lengua.

- Bueno, bueno, bueno… esto no va a terminar bien
- Son desparejos
- Tormentosos!
- Agresivos
- Intratables
- Gracias… no los invitamos para que nos halaguen, que tenemos que hacer para que ustedes se retiren, no es nada personal, pero me gustaría que se vayan y supongo que a Isabella también. Decía Fabrizio a ELLOS
- Si… ¡ay! Hace mucho que no te contestaba que sí… pero claro, lo que ambos queremos es que nuestra relación se termine, pero ninguno de los dos está dispuesto a convivir con los fantasmas que… (Isabella a ELLOS)
- (mirándose y haciendo ademanes entre ELLA y ÉL) ¡Ah claro! ¡Qué bien, que fácil! siempre igual estos humanos, ustedes nos construyen y después nos quieren volar a patadas… no se bancan lo que en realidad son, mirame Isabella… ¿Quién soy? Mirame bien, cuanto menos parecida soy que tu espejo
- Basta, eso no importa, ¿qué esperan para irse? (Isabella a ELLOS)
- Nosotros no hacemos negocios… imbéciles… somos parte de lo que ustedes armaron (ELLOS a ellos)
- No queremos más… como arreglamos para que se vayan (Fabrizio a ELLOS)
- No nos van a poder sacar, lo lamento… es parte del juego (ELLA a ellos)
- Nos juntamos justamente para arreglar como desearían irse (Isabella a ELLOS)
- Reza… podés pedirle a San Pedro que te mande un Azeheimer (ÉL a ellos)
No eran tratos, eso era lo que costaba que comprendiésemos. Hicimos un compromiso tácito, nunca, ni hoy o en otra historia, seríamos solamente nosotros. Estarían siempre ELLOS, recreados por nosotros, el fantasma que yo había construido sobre Fabrizio y el fantasma que él había construido de mí; ELLOS se metían entre nuestras sábanas, incluso cuando me penetraba, cuando nos bañábamos, en las góndolas del supermercado gastando dinero de más, cuando venían nuestros padres a almorzar, ¡ufff! Esos encuentros éramos el doble o el triple de los personajes de carne y hueso. Se entrometían en las discusiones y una sola respuesta, se volvía decenas de erradas suposiciones, ellos nos hicieron olvidar de quienes fuimos, hasta creo que olvidamos de recordar nuestros rostros. Se volvieron las sirenas de Odiseo que cantaban obligándonos a cambiar el curso de nuestro final. Y en este momento se victimizaban de que queríamos desaparecerlos, y por supuesto… ¿a quien le gustaba convivir con fantasmas? Con esos recuerdos de mala entraña, desnudándose por la casa, exhibiéndose ante las personas que posteriormente uno podría conocer, atemorizando con un fragmento de pasado que uno ya no tenía ganas de volver a vivir, pero los desconocidos estaban en todo su derecho de no creerlo por completo. Incluso me animaba a decir que también lograban atemorizarme, ya que ellos me representaban, ellos eran aquella parte oscura de nuestra historia o de nuestras historias compartidas, esas asquerosas vísceras oscuras que todos nos empeñamos en ocultar hasta que algún día inevitablemente salen a la luz.
Continuamos en penumbras hasta el amanecer, eran lo suficientemente testarudos y maleducados como los gatos; se fijaron en los sillones con las piernas cruzadas y las copas en la mano, brindando por la perpetuidad de la melancolía. No había forma de sacarlos, no alcanzaban los argumentos para negociar.
Una vez más ganaron la batalla, optamos por convivir con ellos… por compartir las noches, colarse entre las imágenes, por turnarnos en la cama y reír detrás del llanto, por amarnos bajo el rencor, o robarnos en la medianoche los restos de helado que quedaba en la heladera, por entrelazar los pies en los inviernos, por los silencios o las palabras en demasía, por aquellas incertidumbres que se atesoran hasta la muerte; quizá también peleemos en las navidades olvidando los verdaderos motivos de lo que estamos festejando porque estaremos ocupados imponiendo las preferencias familiares; también por los pelos del perro que te traen alergias, razón que nunca comprenderé, porque para mí siempre fueron tus bajas defensas frente a los seres que te rodean. En fin… quizá la solución no sea erradicar los fantasmas, sino asumirlos.

L. P.

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